Literatura Random House, 2016
En
Lagos hay muchos clubes y bares de buen tono donde no puedo entrar sola. Si eres
una mujer sola no te dejan entrar. Te tiene que acompañar un hombre. De forma
que tengo amigos que llegan a los clubes y acaban teniendo que entrar cogidos del
brazo de una completa desconocida porque esa desconocida, que es una mujer
sola, no ha tenido más remedio que pedir "ayuda)) para entrar en el club.
Cada
vez que entro en un restaurante nigeriano con un hombre, el camarero da la bienvenida
al hombre y a mi finge que no me ve. Los camareros son producto de una sociedad
que les ha enseñado que los hombres son más importantes que las mujeres, y sé
que no lo hacen con mala intención, pero una cosa es saber algo con el intelecto
y otra distinta es sentirlo a nivel emocional. Cada vez que me pasan por alto,
me siento invisible. Me enfado. Me dan ganas de decirles que yo soy igual de humana
que el hombre e igual de merecedora de saludo. Son nimiedades, pero a veces son
las cosas pequeñas las que más nos duelen.
Hace
poco escribí un artículo sobre la experiencia de ser una mujer joven en Lagos. Pues
un conocido me dijo que era un artículo rabioso y que no debería haberlo escrito
con tanta rabia. Pero yo me mantuve en mis trece. Claro que era rabioso. La situación
actual en materia de género es muy injusta. Estoy rabiosa. Todos tendríamos que
estar rabiosos. La rabia tiene una larga historia de propiciar cambios positivos.
Y además de rabia, también tengo esperanza, porque creo firmemente en la
capacidad de los seres humanos para reformularse a sí mismos para mejor.
Si
eres hombre y entras en un restaurante y el camarero te saluda solo a ti, ¿acaso
se te ocurre preguntarle: «¿Por qué no la has saludado a ella»? Los hombres tienen
que denunciar estas situaciones aparentemente poco importantes.
Y
como el género puede resultar un tema incómodo, hay formas fáciles de terminar la
conversación.
Hay
quien saca a colación la evolución biológica y los simios, el hecho de que las
hembras de los simios se inclinan ante los machos, y cosas parecidas. Pero la cuestión
es que no somos simios. Los simios también viven en los árboles y comen lombrices.
Nosotros no.
Hay
quien dice: «Bueno, los hombres pobres también lo pasan mal». Y es verdad.
Pero
esta conversación no trata de eso. El género y la clase social son cosas distintas.
Los hombres pobres siguen disfrutando de los privilegios de ser hombres, por
mucho que no disfruten de los privilegios de ser ricos. A base de hablar con hombres
negros, he aprendido mucho sobre los sistemas de opresión y sobre cómo pueden ser
ciegos los unos con respecto a los otros. Una vez yo estaba hablando de
cuestiones de género y un hombre me dijo: «¿Por qué tienes que hablar como mujer?
¿Por qué no hablas como ser humano?». Este tipo de pregunta es una forma de silenciar
las experiencias concretas de una persona. Por supuesto que soy un ser humano, pero
hay cosas concretas que me pasan a mí en el mundo por el hecho de ser mujer. Y aquel
mismo hombre, por cierto, hablaba a menudo de su experiencia como hombre negro.
(Y yo tendría que haberle contestado: «¿Por qué no hablas de tus experiencias
como hombre o como ser humano? ¿Por qué como hombre negro?».)
Así
que no, esta conversación trata del género. Hay gente que dice: «Oh, pero es que
las mujeres tienen el poder verdadero, el poder de abajo». (Esta es una expresión
nigeriana para referirse a las mujeres que usan su sexualidad para conseguir
cosas de los hombres.) Pero el poder de abajo no es poder en realidad, porque la
mujer que tiene el poder de abajo no es poderosa por sí misma; simplemente
tiene una vía de acceso para obtener poder de otra persona. Pero ¿qué pasa si
el hombre está de mal humor o enfermo o temporalmente impotente?
Hay
quien dice que las mujeres están subordinadas a los hombres porque es nuestra cultura.
Pero la cultura nunca para de cambiar. Yo tengo unas preciosas sobrinas gemelas
de quince años. Si hubieran nacido hace cien años, se las habrían llevado y las
habrían matado, porque hace cien años la cultura igbo creía que era un mal presagio
que nacieran gemelos. Hoy en día esa práctica resulta inimaginable para todo el
pueblo igbo.
¿Qué
sentido tiene la cultura? En última instancia, la cultura tiene como meta
asegurar la preservación y la continuidad de un pueblo. En mi familia, yo soy la
hija que más interés tiene por la historia de quiénes somos, por las tierras
ancestrales y por nuestra tradición. Mis hermanos no tienen tanto interés en
esas cosas. Y, sin embargo, yo estoy excluida de esas cuestiones, porque la cultura
igbo privilegia a los hombres y únicamente los miembros masculinos del clan
pueden asistir a las reuniones donde se toman las decisiones importantes de la
familia. Así pues, aunque a quien más interesan esas cosas es a mí, yo no tengo
voz ni voto. Porque soy mujer.
La
cultura no hace a la gente. La gente hace la cultura. Si es verdad que no forma
parte de nuestra cultura el hecho de que las mujeres sean seres humanos de
pleno derecho, entonces podemos y debemos cambiar nuestra cultura.
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