Literatura Random House, 2019
Pero
también tuve abuelos que murieron en campos de refugiados. Mi primo Polle
falleció por no poder recibir el tratamiento médico adecuado. Uno de mis
mejores amigos, Okoloma, murió en un accidente de avión porque nuestros
camiones de bomberos no tenían agua. Crecí bajó regímenes militares represivos
que menospreciaban la educación y, por tanto, a veces mis padres no recibían su
salario. Así que, de niña, vi desaparecer la mermelada de la mesa del desayuno,
luego la margarina, después el pan se encareció demasiado y racionaron la
leche. Y, sobre todo, una especie de miedo político normalizado invadía
nuestras vidas. Todas estas historias me convirtieron en quien soy. Pero
insistir solo en las historias negativas supone simplificar mi experiencia y
pasar por alto otras muchas historias que también me han formado. El relato único
crea estereotipos, y el problema con los estereotipos no es que sean falsos,
sino que son incompletos. Convierten un relato en el único relato.
Por
supuesto, África es un continente plagado de catástrofes. Algunas inmensas,
como las horripilantes violaciones del Congo, y otras deprimentes, como el
hecho de que en Nigeria se presenten cinco mil candidatos a una sola vacante de
trabajo. Pero también hay historias que no tratan de catástrofes y es muy importante,
igual de importante, hablar de ellas.
Siempre
he tenido la impresión de que es imposible conocer debidamente un lugar o a una
persona sin conocer todas las historias de ese lugar o esa persona. La
consecuencia del relato único es la siguiente: priva a las personas de su
dignidad. Nos dificulta reconocer nuestra común humanidad. Enfatiza en qué nos
diferenciamos en lugar de en qué nos parecemos.
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