Editorial Anagrama, 2012
Y
yo cada vez me sentía más impaciente, pues en la casa principal me esperaban y
tal vez alguien, Farewell u otro, se estaría preguntando por las razones de mi
ya prolongada ausencia. Y las mujeres sólo sonreían o adoptaban gestos de
adustez o de fingida sorpresa, sus rostros antes inexpresivos iban del misterio
a la iluminación, se contraían en interrogantes mudas o se expandían en
exclamaciones sin palabras, mientras los dos hombres que habían quedado atrás
procedían a marcharse, pero no en línea recta, no enfilando hacia las montañas,
sino en zigzag, hablando entre sí, señalando de tanto en tanto indiscernibles
puntos de la campiña, como si también en ellos la naturaleza activara
observaciones singulares dignas de ser expresadas en voz alta.
Yo
me hice la siguiente pregunta: ¿por qué María Canales, sabiendo lo que su
marido hacía en el sótano, llevaba invitados a su casa? La respuesta era
sencilla: porque durante las soirées, por regla general, no había huéspedes en
el sótano. Yo me hice la siguiente pregunta: ¿por qué aquella noche uno de los
invitados al extraviarse encontró a ese pobre hombre? La respuesta era
sencilla: porque la costumbre distiende toda precaución, porque la rutina
matiza todo horror. Yo me hice la siguiente pregunta: ¿por qué nadie, en su
momento, dijo nada? La respuesta era sencilla: porque tuvo miedo, porque
tuvieron miedo.
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