14 junio 2007

J.M. Coetzee (Elizabeth Costello, 2003)



Ed. Mondadori, 2004

Pero debes admitir que, a cierto nivel, hablamos, y por tanto escribimos, igual que todo el mundo. De otra forma todos hablaríamos y escribiríamos en idiomas privados. ¿Verdad que no es absurdo interesarse por lo que la gente tiene en común en lugar de por lo que la separa?

Cuando John se acuerda de esas horas, hay un momento que le regresa a la mente con fuerza inesperada, el momento en que la rodilla de ella pasa por debajo del brazo de él y se le dobla por debajo de la axila. Es curioso que el recuerdo de una escena esté dominado por un solo momento, carente de significado obvio y sin embargo tan nítido que casi siente el muslo fantasmal en la piel. ¿Acaso la mente por naturaleza prefiere las sensaciones a las ideas, lo tangible a lo abstracto? ¿O acaso el doblamiento de rodilla de la mujer no es más que una ayuda mnemotécnica, a partir de la cual se ha de desplegar el resto de la velada?

- El futuro de la novela no es un tema que me interese mucho – empieza a decir, intentando sorprender a su público -. De hecho, el futuro en general no me interesa mucho. ¿Qué es el futuro, al fin y al cabo, más que una estructura de expectativas y esperanzas? Reside en la mente. Carece de realidad.
>>Por supuesto, ustedes pueden replicar con razón que el pasado es igualmente una ficción. El pasado es historia, y ¿qué es la historia salvo un relato hecho del aire que nos contamos a nosotros mismos? Y, sin embargo, el pasado tiene algo milagroso que el futuro no tiene. Lo milagroso del pasado es que hemos conseguido, Dios sabe como, construir miles y millones de ficciones individuales, ficciones creadas por seres humanos individuales, lo bastante interconectadas entre ellas como para proporcionarnos lo que parece un pasado común, una historia compartida.
>>El futuro es distinto. No poseemos una historia compartida del futuro. La creación del pasado parece agotar nuestras energías creativas colectivas. Comparada con nuestra ficción del pasado, nuestra ficción del futuro es un relato apenas esbozado e insulso, como suelen ser las visiones del paraíso. Las del paraíso e incluso las del infierno.

…nos fijamos en cuanta gente saca libros de sus bolsas y bolsillos en los trenes y se retira a mundos solitarios. Cada vez que sale el libro es como si levantaran un letrero. “Dejadme en paz. Estoy leyendo – dice el letrero -. Lo que estoy leyendo es más interesante de lo que puedes ser tú”.

La coherencia es el duende de las mentes pequeñas.

....Además, no está segura de que los escritores que se aventuran en los territorios más oscuros del alma regresen siempre ilesos.

- Lo que creo – dice con voz firme, como una niña haciendo un recitado – es que nací en la ciudad de Melbourne, pero pasé parte de mi infancia en la Victoria rural, en una región de extremos climáticos: de sequías abrasadoras seguidas de lluvias torrenciales que llenaban los ríos de cadáveres de animales ahogados. Así es como lo recuerdo, en cualquier caso.
>>Cuando bajaban las aguas quedaban atrás acres enteros de barro. De noche se oía el bramido de decenas de miles de ranas regocijándose en la generosidad del cielo. El aire estaba tan lleno de sus gritos como lo estaba a mediodía con el canto de las cigarras.
>>¿De dónde llegaban de repente aquellos millares de ranas? La respuesta es que siempre están ahí. En la estación seca se meten bajo tierra, excavan y excavan para alejarse del calor del sol hasta que cada una de ellas ha creado una tumba individual. Y en esas tumbas mueren, por decirlo de algún modo. Los latidos de sus corazones se ralentizan, su respiración se detiene y adoptan el color del barro. Las noches vuelven a ser silenciosas.

David Pringle (Ciencia Ficción, las 100 mejores novelas, 1985)

Ed. Minotauro, 1990

Algunos fragmentos de ciertos libros mencionados en esta recopilación...

Crónicas marcianas, 1950 (Ray Bradbury)
El viento empujó la nave sobre el antiguo fondo del mar, sobre cristales enterrados hacía mucho tiempo, y las columnas, los muelles desiertos de már­mol y bronce, las ciudades muertas y las laderas moradas quedaron atrás...


Fahrenheit 451, 1953 (Ray Bradbury)

Sin encender la luz, imaginó el aspecto del cuarto. Su mujer, tendida sobre la cama, destapada y fría, como un cuerpo tendido sobre la tapa de un ataúd, con los ojos inmóviles, fijos en el techo por invisibles hebras de acero. Y en las orejas, muy adentro, los caracolitos, la radio de dedal, y un océano electrónico de sonido, música y charla que golpeaba y golpeaba la costa de aquella mente en vela. El cuarto estaba, en realidad, vacío. Todas las noches llega­ban las olas, y sus grandes mareas de sonido llevaban a Mildred flo­tando y con los ojos desorbitados, hacia la mañana.

El fin de la infancia, 1953 (Arthur C. Clarke)

No había error posible. Las alas correosas, los cuernos, la cola peluda: todo estaba allí. La más terrible de las leyendas había vuelto a la vida desde un desconocido pasado. Sin embargo, allí estaba, sonriendo, con todo su enorme cuerpo bañado por la luz del sol, y con un niño que descansaba confiadamente en cada uno de sus brazos.


Más que humano, 1953 (Theodore Sturgeon)

Alimentado inagotablemente por una lenta radiación atómica, aquel aparato era la solución práctica del vuelo sin alas, la clave de una nueva era en el transporte y el manejo de pesados materiales, y la posibilidad de iniciar los viajes interplanetarios. Construido por un idiota, tontamente instalado para reemplazar a un caballo muerto, estúpidamente abandonado, torpemente olvi­dado...

Los herederos, 1955 (William Golding)

La criatura roja estaba de pie al borde de la terraza sin hacer nada ... la barra de la ceja le bri­llaba a la luz de la Luna, sobre las grandes cavernas donde se escon­dían los ojos...


Las sirenas de Titán, 1959 (Kurt Vonnegut)

Las sirenas de Titán es la historia de un astronauta millonario, Winston Niles Rumfoord, que mete su nave espacial en un infundíbulo cronosinclástico (o, en la jerga de la cf, una corriente espacio–tem­poral). Él y su perrito existen ahora como «fenómenos ondulatorios pulsando en apariencia en una espiral distorsionada que empieza en el Sol y termina en Betelgeuse».

Invernáculo, 1962 (Brian W. Aldiss)

Obedeciendo a una ley inalienable, las cosas crecían, proliferaban, tumultuosas y extrañas.


La naranja mecánica, 1962 (Anthony Burgess)

La vieja Slouse, la mujer, estaba como petrificada detrás del mostrador. Calculamos que se pondría a crichar asesinos si le dá-ba­mos tiempo, así que pegué la vuelta al mostrador muy scorro y la sujeté, y vaya paquete joroschó que era, toda nuqueando a perfume y con los grudis flojos que se le bamboleaban como flanes. Le apli­qué la ruca sobre la rota para que dejase de aullar muerte y destruc­ción a los cuatro vientos celestiales, pero la muy perra me dio un mordisco grande y perverso y yo fui el que crichó, y ella abrió lá bo­caza chillando para atraer a los militsos. Bueno, hubo que tolchocarla como Dios manda con una de las pesas de la balan-za, y des­pués darle un buen golpe con una barra de abrir cajones, y ahí le salió la colorada como una vieja amiga. La tiramos al suelo y le arrancamos los platis para divertirnos un poco, y le dimos una patadita suave para que dejara de quejarse. Y al verla ahí tendida, con los grudis al aire, me pregunté si lo haría o no, pero decidí que eso era para después. De modo que limpiamos la caja, y las ganancias de la noche fueron joroschó, y después de servirnos algunos paque­tes de los mejores cancrillos, hermanos míos, nos largamos a la calle.

El mundo de cristal, 1966 (J. G. Ballard)

Es el espacio interior, no el exterior, el que hace falta explorar. El único planeta verdaderamente extraño es la Tierra.

Truman Capote (A sangre fría, 1966)



Ed. Anagrama, 2004

Hasta una mañana de mediados de noviembre de 1959, pocos americanos -en realidad pocos habitantes de Kansas- habían oído hablar de Holcomb. Como la corriente del río, como los conductores que pasaban por la carretera, como los trenes amarillos que bajaban por los raíles de Santa Fe, el drama, los acontecimientos excepcionales nunca se habían detenido allí. Los habitantes del pueblo -doscientos setenta- estaban satisfechos de que así fuera, contentos de existir de forma ordinaria... trabajar, cazar, ver la televisión, ir a los actos de la escuela, a los ensayos del coro y a las reuniones del club 4-H. Pero entonces, en las primeras horas de esa mañana de noviembre, un domingo por la mañana, algunos sonidos sorprendentes interfirieron con los ruidos nocturnos normales de Holcomb... con la activa histeria de los coyotes, el chasquido seco de las plantas arrastradas por el viento, los quejidos lejanos del silbido de las locomotoras. En ese momento, ni un alma los oyó en el pueblo dormido... cuatro disparos que, en total, terminaron con seis vidas humanas.

Como siempre, Willie-Jay supo comprender. Descorazonado pero no sin esperanzas, siguió cortejando el alma de Perry hasta el día que le concedieron libertad bajo palabra y se marchó del penal; la víspera escribió a Perry una carta de adiós que terminaba con el siguiente párrafo: «Eres un hombre muy apasionado, un hombre hambriento que no sabe dónde saciar su apetito, un hombre profundamente frustrado que lucha por proyectar su individualidad contra un fondo de rígido conformismo. Existes en un mundo pendiente entre dos superestructuras, una de autoexpresión y la otra de autodestrucción. Eres fuerte pero en tu fuerza hay una grieta y a menos que aprendas a controlarla, esa grieta demostrará ser más poderosa que tu fuerza y te vencerá. ¿La grieta? Explosión de la reacción emocional totalmente desproporcionada a los hechos. ¿Por qué? ¿Por qué esa irrazonable ira cuando ves a otros contentos, felices y satisfechos? ¿Por qué ese creciente desprecio por la gente y esas ganas de herirla? Muy bien: crees que son necios y los desprecias porque su moral, su felicidad son el origen de tu frustración, y tu resentimiento. Pero esas ideas son terribles enemigos que llevas dentro de ti... y a la larga serán mortíferos; como las bacterias que resisten al tiempo, no matan al individuo sino que dejan en su modo de ser el estigma de una criatura desgarrada y retorcida; dejan fuego en su interior avivado por astillas de desprecio y odio. Podrá prosperar pero no dará fruto porque él es su propio enemigo y le estará vedado gozar intensamente de sus triunfos.”

Harrison Smith, aunque apeló también a los presuntos sentimientos cristianos del jurado, tomó como tema principal los males de la pena capital.
-Es una reliquia de la barbarie humana. La ley nos dice que tomar la vida de un hombre no es lícito, pero a continuación da ejemplo de lo contrario, cosa tan malvada como el crimen que trata de castigar. El estado no tiene derecho a infligirla. No sirve de nada. No impide el crimen sino que abarata la vida humana y da lugar a nuevos delitos. Todo cuando pedimos es clemencia. Seguramente la cadena perpetua no es una gran merced...

Arthur C. Clarke (El fin de la infancia, 1953)

Childhood's End
Ed Minotauro, 1976


Durante un instante que pareció eterno, Reinhold observó, junto con el mundo entero, cómo las grandes naves descendían con una majestad abrumadora… En ese instante la historia suspendía su aliento… La raza humana ya no estaba sola.

Y en el sexto día, Karellen, supervisor de la Tierra, se hizo conocer al mundo entero por medio de una transmisión de radio que cubrió todas las frecuencias. Habló en un inglés tan perfecto que durante toda una generación las más vivas controversias se sucedieron a través del Atlántico. Pero el contexto del discurso fue aun más sorprendente que su forma. Fue, desde cualquier punto de vista, la obra de un genio superlativo, con un dominio total y completo de los asuntos humanos. No cabía duda alguna de que su erudición y su virtuosismo habían sido deliberadamente planeados para que la humanidad supiese que se hallaba ante una abrumadora potencia intelectual. Cuando Karellen concluyó su discurso las naciones de la Tierra comprendieron que sus días de precaria soberanía habían concluido. Los gobiernos locales podían retener sus poderes, pero en el campo más amplio de los asuntos internacionales las decisiones supremas habían pasado a otras manos. Argumentos, protestas, todo era inútil.

Un mundo y sus habitantes pueden ser transformados profundamente en sólo cincuenta años, hasta tal punto que nadie pueda reconocerlos. Sólo se requiere un hondo conocimiento de ingeniería social, una clara visión de los fines que uno se propone... y poder. Los superseñores tenían todo esto. Aunque sus fines eran un secreto, sabían lo que querían, y disfrutaban de poder. Ese poder tomó muchas formas, y los hombres cuyos destinos eran manejados ahora por los superseñores no advirtieron muchas de ellas. El poder de las grandes naves había sido evidente para todos. Pero detrás de esta exhibición de fuerzas dormidas había otras armas mucho más sutiles.

Comparada con las épocas anteriores, ésta era la edad de la utopía. La ignorancia, la enfermedad, la pobreza y el temor habían desaparecido virtualmente. El recuerdo de la guerra se perdía en el pasado como una pesadilla que se desvanece con el alba. Pronto ningún hombre viviente habría podido conocerlo.

Aunque las mentes racionales habían sabido siempre que todos los textos religiosos no podían ser verdaderos, la reacción fue sin embargo muy notable. Allí estaba la revelación que nadie podía negar o poner en duda. Ahí estaban —vistos gracias a una desconocida magia de los superseñores— los verdaderos comienzos de todas las grandes religiones del mundo. En sólo unos pocos días todos los redentores del género humano perdieron su origen divino. Bajo la intensa y desapasionada luz de la verdad las creencias que habían alimentado a millones de hombres, durante dos mil años, se desvanecieron como el rocío de la mañana. El bien y el mal fabricados por ellas fueron arrojados al pasado. Ya nunca volverían a conmover el alma de los hombres. La humanidad había perdido sus antiguas divinidades. Ahora era ya bastante vieja como para no necesitar dioses nuevos.