10 marzo 2012

Para que pueda ser he de ser otro, salir de mí, buscarme entre los otros, los otros que no son si yo no existo, los otros que me dan plena existencia.

Octavio Paz

Crónicas bastante extrañas



Jorge Álvarez Editor, 1965

Mario Vargas Llosa, Charles Chaplin, Mario Benedetti, Paul Bowles, Calvert Casey, César Fernández Moreno, Luis Guillermo Piazza y Ambrose Bierce.

Acapulco (Luis Guillermo Piazza)

Fragmento

“Aquí hay peleas de grillos y éste es una maravilla, fuerte y nervioso. Miren: la cabeza verde y las alas doradas, señal de muy buena clase. Ninguno lo puede vencer. Al mediodía, tiene que estar el sol derechito sobre las cabezas, lo verán pelear.” Puso al bicho entre su pelo el negro, y comenzó a dar grandes alaridos y a patear las palmeras. El grillo también saltaba y cantaba en la cabeza. “Esto es muy bueno para empezar la mañana si no, sigue rabioso y las gentes se dan cuenta. Las gentes son según la cara que uno pone. Y ahora… a comer.” Cayó un montón de plátanos cuando levantó la camiseta a rayas. Se trepó a una palmera y tiró tres cocos que casi cayeron sobre Juan y el Doctor Cárdenas, “para chupar el jugo nada más, lo otro, lo blanco, da diarrea y hace perder el juicio…” Mientras les hacía agujeros aclaró: “a unos amigos, apenas habían comido, se les aparecieron fantasmas espantosos que dieron noticias de cosas por venir…”

“Me siento triste”, dijo el Doctor Cárdenas y también Juan.
“Por qué”, dijo el Brasileño no en tono de pregunta.
“No sé.” “No sé.”
“Bueno, hay que dividir el tiempo… Como estamos tristes ahora vamos a estar alegres por la tarde. Si les parece, podemos estar tristes de nuevo a la noche.”

“Sigo triste”, dijo Juan.
“Yo también – dijo el Doctor Cárdenas -, lo que hay que hacer es querer a alguien.”
“Sí… podemos pensar, mirar a las personas que pasan y ver si podemos querer a alguna.”
“No es fácil”, dijo Juan.
“Ya lo sé. Pero no tenemos otra cosa que hacer.”
Las gentes que pasaban no se dejaban querer, iban muy distraídas.

Ritmo (Charles Chaplin)

texto completo

"Una historia de hombres, en un movimiento macabro. "

Tan sólo el alba se movía en la quietud de aquel pequeño patio de la prisión española -un alba anunciadora de muerte- mientras aquel joven gubernamental se erguía frente a un piquete de Ejecución. Los preliminares habían terminado. El grupito de las autoridades se había situado a un lado para asistir a la ejecución y ahora la escena se cuajaba en un penoso silencio.
Desde el primero hasta el último, los rebeldes habían conservado la esperanza de que su Estado Mayor enviaría la orden para sobreseer la ejecución. Pues el condenado era adversario de su causa, pero había sido popular en España. Era un brillante escritor humorístico que había sabido regocijar ampliamente a sus compatriotas.
El oficial que mandaba el piquete de ejecución lo conocía personalmente. Eran amigos antes de la guerra civil. Juntos habían obtenido sus títulos en la universidad de Madrid. Juntos habían luchado para derribar la monarquía y el poder de la iglesia. Juntos hablan bebido, habían pasado noches enteras en las mesas de los cafés, reído, bromeado y dedicado largas veladas a discusiones de orden metafísico. De cuando en cuando, se habían peleado por culpa de los diversos modos de gobierno. Sus divergencias de criterio eran entonces amistosas; pero por fin, habían provocado la desdicha y el trastorno de toda España.
Y habían llevado a su amigo ante un piquete de ejecución.
Pero ¿para qué evocar el pasado? ¿Para qué razonar? Desde la guerra civil, ¿para que servía el razonamiento? En el silencio del patio de la cárcel Todas aquellas preguntas se agolpaban, febriles, en la mente del oficial. No. Había que hacer tabla rasa del pasado. Sólo contaba el porvenir. ¿El porvenir? Un mundo que le privaría de muchos antiguos amigos.
Aquella mañana era la primera vez que habían vuelto a encontrarse desde la guerra. No habían dicho nada. Habían cambiado solamente una sonrisa mientras se preparaban a entrar en el patio de la prisión.
El trágico alborear dibujaba unas rayas plateadas y rojas en el muro de la cárcel y todo respiraba una quietud, un descanso cuyo ritmo se unía al sosiego del patio, un ritmo de latidos silenciosos como los de un corazón. En aquel silencio, la voz del oficial que mandaba el pelotón retumbó contra los muros de la cárcel: "¡Firmes!".
Al oír esta orden, seis subordinados apretaron sus fusiles y se irguieron: la unidad de su movimiento fue seguida de una pausa en cuyo transcurso hubiera debido darse la segunda orden.
Pero algo sucedió durante aquel intervalo, algo que vino a quebrar aquel ritmo. El condenado tosió, se aclaró la garganta, y aquella interrupción trastocó el encadenarse de los acontecimientos.
El oficial se volvió hacia el prisionero. Espera oírle hablar. Pero ni una palabra vino de él. Entonces, volviéndose de nuevo hacia sus hombres se dispuso a dar la orden siguiente. Pero una repentina rebeldía se adueño de su espíritu. Una amnesia psíquica que convirtió su cerebro en un espacio vacío. Aturdido, permaneció mudo ante sus hombres. ¿Qué sucedía? Aquella escena del patio de la cárcel no significaba nada. No vio ya, objetivamente, más que un hombre, de espaldas contra el muro, frente a otros seis hombres. Y aquellos otros de allí al lado, ¡qué aire tan estúpido tenían y como se parecían a unos relojes cuyo tic-tac se hubiera detenido de repente! Nadie se movía. Nada tenía sentido. Había allí algo anormal. Todo aquello no era más que un sueño y el oficial debía evadirse de él.
Oscuramente le volvió poco a poco la memoria. ¿Desde cuándo estaba él allí? ¿Que había sucedido? ¡Ah, sí! Él había dado una orden. Pero... ¿Cuál era la orden siguiente?
Después de ¡firmes!, venía ¡carguen!-, luego ¡apunten! y por fin, ¡fuego! En su inconciencia, conservaba una vaga idea de ello. Pero las palabras que debía pronunciar parecían lejanas, vagas y ajenas a él mismo.
En su azoramiento gritó de un modo incoherente, con una confusión de palabras carentes de sentido. Pero quedó aliviado al ver que sus hombres cargaban las armas. El ritmo de su movimiento reanimó el ritmo de su cerebro. Y volvió a gritar. Los hombres apuntaron. Pero durante la pausa que siguió, unos pasos apresurados se dejaron oír en el patio de la prisión. El oficial lo sabía: era el indulto. Recobró inmediatamente la conciencia.
-Alto- gritó frenéticamente al piquete de ejecución.
Pero seis hombres tenían el fusil. Seis hombres fueron arrastrados por el ritmo, y seis hombres, al oír el grito de «¡alto!» dispararon.

El olvido (Mario Benedetti)

Fragmento

Ella no entendía nada, pero sintió que empezaba a tener miedo, casi tanto miedo de este abrupto presente como del hermético pasado.

La ejecución (Calvert Casey)

Fragmento

Segundos antes de que, girando a gran velocidad y a enorme presión, el tornillo mayor le fracturara la segunda vértebra cervical desgarrándole la médula, en un movimiento sincronizado con el del anillo que cerró el paso del aire, Mayer tuvo, con más claridad que en ningún otro momento, la sensación de hallarse, como una criatura pequeña e indefensa, en el vientre seguro, inmenso y fecundo de la iniquidad, perfectamente protegido - ¡para siempre, se dijo, para siempre! – de todas las iniquidades posibles.

Cuento Nicaragüense (Varios)


Editorial Nueva América, 1985
Tío Tigre, Tío Buey y Tío Conejo (Anónimo)

texto completo

Estera una vez tío Tigre que venía en la ronda de una hacienda buscando qué matar. En eso un viento grande de huracán y bota un palo y le cae encima a tío Tigre. Y queda prensado.
Y tío Tigre empieza a gritar, en lo que pasa tío Buey.
-¡Ay, tío Buey, sáqueme de aquí!
-¡No tío Tigre, usté es malo!
-Por Dios, tío Buey, le prometo ser bueno. No me lo voy a comer nunca.
Entonces tío Buey, que tenía buen corazón, se acercó al palo.
-Yo voy a levantar la rama parriba, y en lo que yo empuje, usté se zafa – le dijo tío Buey.
Y así fue. Pero tío Tigre ya desprensado se olvidó de la promesa. Y ya se quería comer al tío Buey.
-¡Eso no es justo, tío Tigre!
-Es que tengo hambre, tío Buey – decía tío Tigre.
Y en esa alegata estaban cuando pasa tío Conejo.
-¿Qué es la discutidera?
-Sirva de Juez, tío Conejo – le dijo tío Buey.
-¡A ver! ¡Cuénteme el asunto! – les dijo tío Conejo, arriba de una piedra.
Y tío Buey le contó el caso.
-¡No lo entiendo! – dijo tío Conejo.
-¡Jesús, tío Conejo! – le dijo entonces tío Tigre -, si está muy claro – y le contó también el pleito.
-No lo entiendo – dijo otra vez tío Conejo.
-Se lo vamos a explicar – le dijeron tío Tigre y tío Buey -. Vamos a hacerlo, pues, para que lo veya – dijo tío Tigre.
Y el Buey volvió a levantar la rama y tío Tigre se puso debajo. Entonces tío Conejo le dijo a tío Buey:
-¡Suelte la rama tío Buey!
Y tío Tigre quedó otra vez prensado.
-¡Este es mi fallo! – dijo tío Conejo -. Usté tío Buey, váyase libre, y que tío Tigre se quede prensado por desagradecido.
Y ahí se quedó tío Tigre más bravo que una holocica.

El ángel pobre (Joaquín Pasos)

Fragmento

Es lógico que los ángeles denoten su edad por sus alas, como los árboles por sus cortezas. No obstante, nadie podía decir qué edad tenía aquel ángel. Desde que llegó al hogar de don José Ortiz Esmondeo – hace dos años más o menos – tenía la misma cara, el mismo traje, la misma edad inapreciable.

El sueco (Ernesto Cardenal)
Los Monos de San Telmo (Lisandro Chavez Alfaro)
No los pude transcribir y son buenísimos

Cóctel 66 (Mario Cajina Vega)

Fragmento

3 am. Con la velada, las personas dejan de ser especie. La plática ahora no generaliza negocios ni tipifica clases. Trajinados los vestidos, agotadas las caras, desembarrados los cuerpos, son simples seres humanos al uso que hablan palabras tan cansadas como ellos y llenas, como ellos, de verdades a medias.

25 enero 2012

Julian Barnes (Hablando del asunto, 1991)


Talking it over
Ed. Anagrama, 2010

STUART Creo que lo había olvidado. Pero yo lo recuerdo, como ve. Yo lo recuerdo todo.

OLIVER ¿Le cuento mi teoría? Todos vamos a tener un cáncer o una enfermedad cardíaca. Hay dos tipos humanos, básicamente, personas que reprimen sus emociones y personas que las dejan salir como un torrente, introvertidos y extrovertidos, si lo prefiere. Los introvertidos, como es bien sabido, tienden a interiorizar sus emociones, su ira y el desprecio por sí mismos, y esta interiorización, es igualmente bien sabido, produce cáncer. Los extrovertidos, por el contrario, dan rienda suelta a sus emociones alegremente, se enfurecen con el mundo, desvían el desprecio por sí mismos hacia los demás, y este esfuerzo excesivo, por un proceso lógico, causa ataques cardíacos. Es una cosa o la otra.

STUART … No tengo lo que suele llamarse un carácter sociable. Cuando conozco a una persona que me gusta, en lugar de hablar más y demostrarle que me gusta y hacerle preguntas, me quedo mudo, como si no esperara agradarle o como si yo no fuera lo bastante interesante para ella. Y entonces – como es natural – no me encuentra lo bastante interesante. Y la siguiente vez que sucede me acuerdo de lo ocurrido anteriormente, pero en lugar de impulsarme a actuar mejor me bloqueo de nuevo. La mitad del mundo parece tener seguridad en sí mismo y la otra mitad del mundo no, y no sé cómo se consigue dar el salto de una mitad a la otra.
….
Yo estaba hablando con un hombre tartamudo que estaba haciendo un curso para ser agente inmobiliario cuando el organizador trajo a Gillian. El hecho de que ese tipo tartamudease me dio más seguridad en mí mismo. Es cruel decirlo, pero a mí me lo han hecho muchas veces en el pasado: te encuentras diciendo cosas vulgares y de repente la persona que está a tu lado se pone a decir cosas ingeniosas. Oh, sí, eso me ha sucedido muchas veces. Es una especie de primitiva ley de supervivencia: encuentra a alguien que esté peor que tú y a su lado florecerás.

OLIVER Puede que hiciese un curso sobre cine francés como una forma de aprender a ligar. Ése no fue nunca su fuerte, ¿comprende? A veces yo le echaba una mano concertando una cita doble, pero siempre acababa con las dos chicas disputándose a un servidor y Stuart mohíno en un rincón desplegando todo el carisma de una lapa.

OLIVER Yo estuve brillante aquel verano. ¿Por qué insistimos en decir “aquel verano”? Fue solamente el verano pasado, después de todo. Supongo que es porque fue como una nota perfectamente sostenida, un color exacto y translúcido. Así es como aparece en el recuerdo; y cada uno de nosotros los aprehendimos subcutáneamente en su momento. Il me semble. Encima de lo cual, yo estuve brillante.

OLIVER Se había colado cierta crepuscularidad de espíritu, debida a un malentendido con el que no quise molestar al eufórico hacendado y a su dama.

OLIVER Has de ser a la vez desenvuelto animador y flexible psiquiatra. Se requiere la binaria habilidad de estar ausente cuando estás presente y presente cuando estás ausente.

OLIVER Poco después yo estaba alegre otra vez y ellos también estaban alegres. Cuando la gente se enamora desarrolla una repentina resistencia, ¿no lo ha notado? No es sólo que nada pueda herirles (esa vieja y dulce ilusión) sino que nada puede herir a nadie a quien ellos quieren.

GILLIAN Luego no me permitió que le ayudara a recoger. Se fue a la cocina y volvió con una tarta de manzana. Era una cálida noche de primavera y la comida era invernal, pero eso no importaba. Así que tomé un pedazo de tarta y luego él puso la tetera al fuego para hacer café y se fue al cuarto de baño. Me levanté y llevé los platos de la tarta a la cocina. Cuando los estaba poniendo sobre la mesa vi un trozo de papel apoyado contra los frascos de especias. ¿Sabe lo que era? Era un horario:
6.00 Pelar patatas
6.10 Enrollar la masa
6.20 Encender el horno
6.20 Baño
y continuaba así…
8.00 Abrir el vino
8:15 Comprobar que las patatas se tuestan
8:20 Poner el agua para los guisantes
8:25 Encender las velas
8:30 ¡¡Llega G!!
Volví corriendo a la mesa y me senté. Estaba temblando. También me sentía mal por haberlo leído porque estoy segura de que Stuart hubiese pensado que le estaba espiando. Pero me llegó al alma, cada anotación más que la anterior. 8.25 Encender las velas. Está bien, Stuart, pensé, no me hubiese importado que las encendieses después de que yo llegara. Y luego 8:30 ¡¡Llega G!! Esos dos puntos de exclamación fueron realmente definitivos.
Volvió del cuarto de baño y tuve que contenerme para no decirle lo que había descubierto y que no me parecía tonto, ni neurótico, ni inútil, ni nada, sino muy cuidadoso y conmovedor.
Por supuesto, no le dije nada, pero debí de reaccionar de alguna manera y él lo captó, porque pareció más relajado a partir de ese momento. Pasamos mucho rato en el sofá esa noche y me hubiese quedado a dormir si me lo hubiese pedido, pero no lo hizo. Y eso tampoco me importó.

OLIVER Oh, por favor, borre esa expresión condenatoria de su cara. ¿No cree que ya tendré suficiente de eso durante las próximas semanas y meses y años? Déme un respiro. Póngase en mis pantoufles. ¿Renunciaría usted a su amor haría mutis por el foro elegantemente, se convertiría en un cabrero y tocaría tristemente música consoladora en su flauta durante todo el día mientras su despreocupado rebaño masticaba la suculenta hierba? La gente no hace eso. Nunca lo hizo. Escuche, si se va y se convierte en un cabrero es que nunca la amó. O que amaba más el gesto melodramático. O las cabras. Tal vez fingir que se enamoraba no era más que un hábil paso en su carrera que le permitiría diversificar hacia el pastoreo. Pero nunca la amó.

No podemos escapar. Ésa es la esencia del asunto. Estamos encerrados en este coche en la autopista, los tres, y alguien (¡el conductor!, ¡yo!) le ha dado con el codo al botón del sistema de cierre centralizado. Así que estaremos aquí los tres hasta que esto se resuelva. Usted también está aquí. Lo siento, he cerrado las puertas, no puede salir, estamos todos juntos en esto. Ahora, ¿qué me dice de ese cigarrillo? Yo estoy fumando y no me sorprendería que Stuart empezase a hacerlo muy pronto. Vamos, coja uno. Prevenga el Alzheimer.

OLIVER Paseé un poco para que se me secaran los pantalones y ensayé lo que iba a decirle a Gillian cuando me abriera la puerta. ¿Debería ocultar las flores detrás de mi espalda y hacerlas aparecer de pronto como un prestidigitador? ¿Debería dejarlas en el escalón de la entrada y salir corriendo antes de que ella abriese la puerta? Tal vez un aria fuese lo apropiado. Deh vieni ella finestra…
Así que caminé entre las humildes cabañas que albergaban a aquellos remotos operarios de comercio, esperando que el calor del día secase la humedad de la tela 60% seda, 40% viscosa de mis pantalones. Así es como yo me siento, y con demasiada frecuencia, si quiere saberlo. Sesenta por ciento seda y cuarenta por ciento viscosa. Brillante pero con tendencia a arrugarme. Mientras que Stuart es cien por cien fibra artificial: inarrugable, fácil de lavar, no necesita plancha, las manchas desaparecen. Estamos hechos de un tejido diferente, Stu y yo.

MME WYATT Tengo una amiga inglesa que tuvo una aventura a las seis semanas de casarse. ¿Acaso es esto tan sorprendente? Uno puede sentirse feliz y sentirse atrapado al mismo tiempo. Puede sentir seguridad y pánico, esto no es nuevo. Y en cierto modo el comienzo del matrimonio es la época más peligrosa porque -¿cómo puedo expresarlo?- el corazón está tierno. L’appétit vient en mangeant. Estar enamorado te predispone a enamorarte.

OLIVER Lo que pienso es esto: quiero a Gillian, ella me quiere a mí. Ése es el punto de partida, todo se deriva de ahí. Me enamoré. Y el amor opera de acuerdo con las fuerzas de mercado, cosa que intenté hacerle comprender a Stuart, aunque probablemente sin mucho acierto, y en cualquier caso tampoco podía esperar que lo viera objetivamente. La felicidad de una persona se construye a menudo sobre la desdicha de otra, así es el mundo. Es duro y yo siento muchísimo que haya tenido que ser Stuart. Probablemente haya perdido a un amigo, mi más viejo amigo. Pero no tenía elección, realmente no, nadie la tiene nunca, no sin ser una persona completamente distinta. Culpe a quien inventase el universo si es que quiere culpar a alguien, pero no me culpe a mí.

STUART Estaba tan alterado que debo haber encendido otro después de dejar el primero. Y entonces me fijé en que también había una colilla en el cenicero. Tres cigarrillos en el cenicero, dos de ellos ardiendo y uno apagado. ¿Cómo podría nadie soportarlo? ¿Puede imaginarse el dolor que sentí? No, claro que no. Uno no puede sentir el dolor de otra persona, ése es el problema, ése es siempre el problema, todo el problema del mundo. Si pudiésemos aprender a sentir el dolor de otra persona…

MME WYATT Tal vez si uno empieza con un desastre, no tendrá la tentación de volver la vista atrás y fingir que hubo un tiempo en que las cosas fueron perfectas.


STUART ¿Quiere que le diga algo que siempre me molestó ligeramente? Es probable que esto suene increíblemente mezquino, pero es la verdad.

Los fines de semana ella solía dormir hasta tarde. Yo era el primero en levantarme. Siempre tomábamos un pomelo, o por lo menos una de las dos mañanas, la del sábado o la del domingo. Yo era el que lo decidía. Si cuando bajaba a la cocina el sábado me apetecía un pomelo, lo sacaba de la nevera, lo partía en dos y ponía cada mitad en un cuenco. De lo contrario lo tomábamos el domingo. Cuando yo me había comido mi mitad miraba la de Gillian en su cuenco. Pensaba: ésa es suya, se la va a comer cuando despierte. Y con mucho cuidado le quitaba todas las pepitas a su mitad, para que no tuviera que hacerlo ella. A veces había muchas.


¿Sabe una cosa? En todo el tiempo que estuvimos juntos, nunca se fijó en eso. O si se fijó, nunca lo mencionó. No, ella no habría hecho eso. Sencillamente no se daba cuenta. Yo siempre esperaba a que lo reconociese, y cada fin de semana me sentía un poquitín decepcionado.