12 mayo 2008

Alfonso Alcalde (El Sentimiento que te di)

Ediciones Universitarias de Valparaíso, 1972
Universidad Católica de Valparaíso


Relatos en esta edición: Un Vals del Adiós / El sentimiento que te di / Ternura sucesiva / Los dos únicos viudos / Cupido, Cupido, ¿qué hay detrás del muro? / La imagen categórica

Un Vals del Adiós

El perro ronda la novia; le cuenta la historia en colores cuando escaló el Himalaya. Por los gestos, pierna arriba, el que sabe sabe, ella como que barre y sale a mirar el mar, indiferente ante la sorpresa de la gaviota, sólo mueve la cola. Caminan del brazo, el letrero dice: “Hotel”, pide autorización para descender doscientos metros, cambio. Anotan sus nombres en el libro, entre los vidrios, ella deja su cartera en el velador, fumará, pedirá un trago fuerte, pueden sacarse la ropa a oscuras, pero en la arena es distinto. La gaviota no puede contener la risa, el esfuerzo del galán como si la estuviera estrangulando, la dificultad en el trabajo, algunos niños miran, no es de su incumbencia, el perro la zamarrea, le dan deseos de llevársela para su casa, saca la lengua jadeante, y otra vuelta, cambio, inútil resistencia, emperifollados, dale que dale como si no tuviera otra cosa que hacer, sobran las palabras, colige la gaviota.


No se le veían aún las alas, esa predisposición para levantar el vuelo, tomar carrera en el cabezal, calentar los motores, pedir el pase correspondiente a la torre de control, agitar las alas, encasquetarse el cuerpo de una gaviota y partir. Inclinarse dos veces a la izquierda en señal de despedida póstuma y luego enfilar la proa y dejar caer el lastre, todos los recuerdos, algunos olvidos imprescindibles y hundirse por fin casi en la oscuridad, doblar el timón para acercarnos al mar, rozar las olas y ser la misma espuma entre sus rúmulas como tremendas campanas que no conocen sosiego, sin permitir siquiera que el océano vaya a cambiar su volumen o bien de altura o bien de peso.

El sentimiento que te di

El caballo trató de resumir su tragedia: - Estoy en crisis – dijo.
- ¿En crisis? – corearon los hombrecitos. – Estai pidiendo por abajo, agregó el más experimentado, pero sin rencor.
- Pégate la explicada por lo menos, dijo el que sostenía la botella.
- Dejé de creer, afirmó el caballo con lentitud. Perdí la fe. ¿Me entienden?
- ¿Y pa qué querís las fe, cara de corneta?, si lo único que necesitai es ñeque pa empujar la carreta.


- ¿O queris que nosotros tiremos la carretela?
- Eso no, aclaró el caballo. Pero yo no trabajo y punto.
- ¿Y por qué no le dijiste eso mismo a tu antiguo dueño?, preguntó el más desmoralizado de los propietarios.
- Es que ese gallo era duro en entenderla; no quería entrar en razones. Y estaba metalizado. Si se lo pasaba contando las lucas de atrás pa adelante y de adelante pa atrás. Ustedes son otra cosa.
- Y por eso mismo abusai de nosotros que somos comprensistos. Pero aquí la cuestión es muy clara: o le ponís el hombro o te vai de charqui.


- Porque en esta cuestión, al que le toca le toca. Tú te juiste de caballo, nosotros nos juimos de hombre y otros nacieron de riel, de poste pa la luz.
- Y la mosca de mosca. ¿Tú creís que la mosca no ha pensado más de una vez en cambiar de ambiente, de ser a lo mejor matapiojo o sargento? Claro que lo tiene que haber pensado. Pero sigue siendo mosca y morirá de mosca y pa’ más recacha, le harán un entierro de mosca.

11 mayo 2008

Nicolás Gogol (Diario de un Loco)


Empresa Editora Nacional Quimantú Ltda., 1973
Post Golpe de Estado: Editorial Nacional Gabriela Mistral


Relatos en esta edición: El Abrigo / La Nariz / El carruaje / Por qué riñeron Ivan Ivanovich e Ivan Nikiforovich / Diario de un Loco

El Abrigo

El pobre joven se tapó la cara con las manos y más tarde se estremecía a menudo al conocer cuánta inhumanidad entrañaba el corazón humano, y cuánta dureza y brutalidad existían aún en los que habían recibido una educación esmerada y distinguida y, ¡Dios mío!, hasta en quienes por lo general pasaban por bondadosos y honorables.

Por qué riñeron Iván Ivanovich e Iván Nikiforovich

-¡Ya, ya!... – dijo con enojo Iván Nikiforovich, sin saber qué hacer y levantándose contra su costumbre - ¡Eh!... ¡Baba! ¡Muchacho!
Al oír estas palabras, por detrás de la puerta asomaron la flaca baba y el muchacho de pequeña estatura, envuelto en una larga y ancha levita.
-¡Coged por el brazo a Iván Ivanovich y sacadlo fuera!
-¡Cómo! ¿A un noble? – exclamó furioso y con gran dignidad Iván Ivanovich -. ¡Que se atrevan siquiera! ¡Que se atrevan! ¡Les haré polvo a ellos y a su estúpido señor! ¡Ni el cuervo siquiera sabrá dónde encontraros! – Iván Ivanovich hablaba muy fuerte cuando su alma padecía.

Dicho proceder despertó en Iván Ivanovich una cierta maldad y un deseo de venganza. No mostraba ningún disgusto, aunque, además de otras cosas, el corral ocupaba parte de su terreno; pero el corazón le latía tan fuerte, que le era muy difícil conservar la calma exterior. Así pasó el día. Llegó la noche y… ¡Oh! Si fuera yo pintor, con qué maestría sabría expresar todo el encanto de la noche. ¡Expresaría cómo duerme todo Mirgorod, cómo miran inmóviles sobre él las incalculables estrellas, cómo en el silencio se escucha el ladrido cercano y lejano de los perros, cómo por delante de ellos camina de prisa el sacristán enamorado y atraviesa la cerca con caballeresca valentía, cómo los blancos muros de las casas, bañados con la luz de la luna, parecen más blancos, y más oscuros los árboles que les dan sombra, y cómo ésta cae más negra sobre el suelo! ¡Cómo las flores y la dormida hierba se tornan más aromáticas, y los grillos (estos incansables caballeros de la noche) empiezan por todos los rincones su chirriante cantar! Yo hubiera expresado también cómo en una de estas casitas de arcilla se aparecen en sueños a una ciudadana de negras cejas y joven y palpitante pecho, dormida en un lecho solitario, un bigote y unas espuelas de húsar, mientras la luz de la luna ríe sobre sus mejillas. Yo hubiera expresado también cómo sobre el camino blanco pasa rauda la sombra negra de un murciélago que va a sentarse sobre las chimeneas blancas de las casas… Pero lo que sería difícil que yo pudiera expresar es cómo salió aquel día Iván Ivanovich con una sierra en la mano. ¡Cuántos sentimientos distintos se veían escritos en su rostro!
…Estaba ocupado de separar las más finas espinas y en depositarlas en un plato, cuando, sin querer, miró frente a sí. ¡Dios mío! ¡Qué extraño le pareció! Delante de él estaba sentado Iván Nikiforovich. En aquel mismo instante miró también Iván Nikiforovich.
¡No! ¡No puedo!... ¡Que me den otra pluma! ¡Esta es demasiado insípida y muerta para describir este cuadro!


Entonces el alcalde hizo una seña a Iván Ivanovich (no aquel Iván Ivanovich, sino el otro, el del ojo torcido), y éste se colocó detrás de Iván Nikiforovich, mientras el alcalde se colocaba detrás de Iván Ivanovich, empezando ambos a empujarles para obligarles a llegar el uno junto al otro y verse precisados a estrecharse las manos.

Diario de un Loco

Pero me está disgustando sumamente un acontecimiento que tendrá lugar mañana. Mañana, a las siete, se producirá un fenómeno terrible. La Tierra va a sentarse sobre la Luna. Acerca de esto ha escrito el célebre químico inglés Wellington. Confieso que sentí cómo mi corazón empezaba a latir de inquietud al pensar en la delicadeza y falta de resistencia de la Luna. Todos sabemos que la Luna se fabrica generalmente en Hamburgo, y, además, muy mal. Me sorprende cómo Inglaterra no presta atención a ello. La fabrica un tonelero cojo, y es evidente que el muy tonto no tiene el menos conocimiento de la Luna. Ha puesto una cuerda de alquitrán y el resto es de aceite de madera, y por eso huele tan mal por toda la Tierra, de tal forma que uno tiene que taparse las narices. Pero la Luna es un globo tan delicado, que es imposible que la gente viva allí, y ahora sólo viven las narices. Esta es la razón por la cual no podemos ver nuestras narices, ya que todas están en la Luna.