22 diciembre 2021


Frankenstein

Mary W. Shelley


Entonces me había llenado de un éxtasis que prestaba alas al espíritu, permitiéndole despegarse del mundo de tinieblas y remontarse hasta la luz y la felicidad. La contemplación de todo lo que de majestuoso y sobrecogedor hay en la naturaleza siempre ha tenido la virtud de ennoblecer mis sentimientos y me ha hecho olvidar las efímeras preocupaciones de la vida.

 

Miré el valle a mis pies. Sobre los ríos que lo atraviesan se levantaba una espesa niebla, que serpenteaba en espesas columnas alrededor de las montañas de la vertiente opuesta, cuyas cimas se escondían entre las nubes. Los negros nubarrones dejaban caer una lluvia torrencial que contribuía a la impresión de tristeza que desprendía todo lo que me rodeaba. ¿Por qué presume el hombre de una sensibilidad mayor a la de las bestias cuando esto sólo consigue convertirlos en seres más necesitados? Si nuestros instintos se limitaran al hambre, la sed y el deseo, seríamos casi libres. Pero nos conmueve cada viento que sopla, cada palabra al azar, cada imagen que esa misma palabra nos evoca.

 

¡Serenaos! Os ruego me escuchéis antes de dar rienda suelta a vuestro odio. ¿Acaso no he sufrido bastante que buscáis aumentar mi miseria? Amo la vida, aunque sólo sea una sucesión de angustias, y la defenderé.

Recordad: me habéis hecho más fuerte que vos; mi estatura es superior y mis miembros más vigorosos. Pero no me dejaré arrastrar a la lucha contra vos. Soy vuestra obra, y seré dócil y sumiso para con mi rey y señor, pues lo sois por ley natural. Pero debéis asumir vuestros deberes, los cuales me adeudáis. Oh Frankenstein, no seáis ecuánime con todos los demás y os ensañéis sólo conmigo, que soy el que más merece vuestra justicia e incluso vuestra clemencia y afecto. Recordad que soy vuestra criatura. Debía ser vuestro Adán, pero soy más bien el ángel caído a quien negáis toda dicha. Doquiera que mire, veo felicidad de la cual sólo yo estoy irrevocablemente excluido. Yo era bueno y cariñoso; el sufrimiento me ha envilecido. Concededme la felicidad, y volveré a ser virtuoso.

¡Aparta! No te escucharé. No puede haber entendimiento entre tú y yo; somos enemigos. Apártate, o midamos nuestras fuerzas en una lucha en la que sucumba uno de los dos.

¿Cómo podré conmoveros?; ¿no conseguirán mis súplicas que os apiadéis de vuestra criatura, que suplica vuestra compasión y bondad? Creedme, Frankenstein: yo era bueno; mi espíritu estaba lleno de amor y humanidad, pero estoy solo, horriblemente solo. Vos, mi creador, me odiáis. ¿Qué puedo esperar de aquellos que no me deben nada? Me odian y me rechazan. Las desiertas cimas y desolados glaciares son mi refugio. He vagado por ellos muchos días. Las heladas cavernas, a las cuales únicamente yo no temo, son mi morada, la única que el hombre no me niega. Bendigo estos desolados parajes, pues son para conmigo más amables que los de tu especie. Si la humanidad conociera mi existencia haría lo que tú, armarse contra mí. ¿Acaso no es lógico que odie a quienes me aborrecen? No daré treguas a mis enemigos. Soy desgraciado, y ellos compartirán mis sufrimientos. Pero está en tu mano recompensarme, y librarles del mal, que sólo aguarda que tú lo desencadenes. Una venganza que devorará en los remolinos de su cólera no sólo a ti y a tu familia, sino a millares de seres más. Deja que se conmueva tu compasión y no me desprecies. Escucha mi relato: y cuando lo hayas oído, maldíceme o apiádate de mí, según lo que creas que merezco. Pero escúchame. Las leyes humanas permiten que los culpables, por malvados que sean, hablen en defensa propia antes de ser condenados.

Escúchame, Frankenstein. Me acusas de asesinato; y sin embargo destruirías, con la conciencia tranquila, a tu propia criatura. ¡Loada sea la eterna justicia del hombre! Pero no pido que me perdones; escúchame y luego, si puedes, y si quieres, destruye la obra que creaste con tus propias manos.

 

Me dio una visión de las costumbres, gobiernos y religiones que tenían las distintas naciones de la Tierra. Oí hablar de los indolentes asiáticos, de la magnífica genialidad y actividad intelectual de los griegos, de las guerras y virtudes de los romanos, de su degeneración posterior y de la decadencia de ese poderoso imperio; del nacimiento de las órdenes de caballería, la cristiandad, los reyes. Supe del descubrimiento del hemisferio americano y lloré con Safie la desdichada suerte de sus indígenas.

Estas maravillosas narraciones me llenaban de extraños sentimientos. ¿Sería en verdad el hombre un ser tan poderoso, virtuoso, magnífico y a la vez tan lleno de bajeza y maldad? Unas veces se mostraba como un vástago del mal; otras, como todo lo que de noble y divino se puede concebir. El ser un gran hombre lleno de virtudes parecía el mayor honor que pudiera recaer sobre un ser humano, mientras que el ser infame y malvado, como tantos en la historia, la mayor denigración, una condición más rastrera que la del ciego topo o inofensivo gusano. Durante mucho tiempo no podía comprender cómo un hombre podía asesinar a sus semejantes, ni entendía siquiera la necesidad de leyes o gobiernos; pero cuando supe más detalles sobre crímenes y maldades, dejé de asombrarme, y sentí asco y disgusto.

Ahora, cada conversación de mis vecinos me descubría nuevas maravillas. Fue escuchando las instrucciones que Félix le daba a la joven árabe como aprendí el extraño sistema de la sociedad humana. Supe del reparto de riquezas, de inmensas fortunas y tremendas miserias; de la existencia del rango, el linaje y la nobleza.

Las palabras me indujeron a reflexionar sobre mí mismo. Aprendí que las virtudes más apreciadas por mis semejantes eran el rancio abolengo acompañado de riquezas. El hombre que poseía sólo una de estas cualidades podía ser respetado; pero si carecía de ambas se le consideraba, salvo raras excepciones, como a un vagabundo, un esclavo destinado a malgastar sus fuerzas en provecho de los pocos elegidos. ¿Y qué era yo? Ignoraba todo respecto de mi creación y creador, pero sabía que no poseía ni dinero ni amigos ni propiedad alguna; y, por el contrario, estaba dotado de una figura horriblemente deformada y repulsiva; ni siquiera mi naturaleza era como la de los otros hombres. Era más ágil, y podía subsistir a base de una dieta más tosca; soportaba mejor el frío y el calor; mi estatura era muy superior a la suya. Cuando miraba a mi alrededor, ni veía ni oía hablar de nadie que se pareciese a mí. ¿Era, pues, yo verdaderamente un monstruo, una mancha sobre la Tierra, de la que todos huían y a la que todos rechazaban?

No puedo describir la angustia que estos pensamientos me causaban. Intentaba desecharlos, pero la tristeza me aumentaba a medida que me iba instruyendo. ¡Por qué no me habría quedado en mi bosque, donde ni conocía ni experimentaba otras sensaciones que las del hambre, la sed y el calor!

¡Qué extraña naturaleza la del saber! Se aferra a la mente, de la cual ha tomado posesión, como el liquen a la roca. A veces deseaba desterrar de mí todo pensamiento, todo afecto; pero aprendí que sólo había una manera de imponerse al dolor y ésa era la muerte, estado que me asustaba aunque aún no lo entendía. Admiraba la virtud y los buenos sentimientos, y me gustaban los modales dulces y amables de mis vecinos; pero no me era permitida la convivencia con ellos, salvo sirviéndome de la astucia, permaneciendo desconocido y oculto, lo cual, más que satisfacerme, aumentaba mi deseo de convertirme en uno más entre mis semejantes. Las tiernas palabras de Agatha y las sonrisas animadas de la gentil árabe no me estaban destinadas. Los apacibles consejos del anciano y la alegre conversación del buen Félix tampoco me estaban destinados. Desgraciado e infeliz engendro.

Otras lecciones se me grabaron con mayor profundidad aún. Supe de la diferencia de sexos, del nacer y crecer de los hijos; cómo disfruta el padre con las sonrisas de su pequeño, y las alegres correrías de los hijos más mayores; cómo todos los cuidados y razón de ser de la madre se concentran en esa preciada carga; cómo la mente del joven se va desarrollando y enriqueciendo; supe de hermanos, de hermanas, y los vínculos que unen a los humanos entre sí con lazos mutuos.

 

Era tu diario de los cuatro meses que precedieron a mi creación. En él describías con minuciosidad todos los pasos que dabas en el desarrollo de tu trabajo, e insertabas incidentes de tu vida cotidiana. Sin duda recuerdas estos papeles. Aquí los tienes. En ellos se encuentra todo lo referente a mi nefasta creación, y revelan con precisión toda la serie de repugnantes circunstancias que la hicieron posible. Dan una detallada descripción de mi odiosa y repulsiva persona, en términos que reflejan tu propio horror y que convirtieron el mío en algo inolvidable. Enfermaba a medida que iba leyendo. «¡Odioso día en el que recibí la vida! ––exclamé desesperado––. ¡Maldito creador! ¿Por qué creaste a un monstruo tan horripilante, del cual incluso tú te apartaste asqueado? Dios, en su misericordia, creó al hombre hermoso y fascinante, a su imagen y semejanza. Pero mi aspecto es una abominable imitación del tuyo, más desagradable todavía gracias a esta semejanza. Satanás tenía al menos compañeros, otros demonios que lo admiraban y animaban. Pero yo estoy solo y todos me desprecian.

 

Si accedes, ni tú ni ningún otro ser humano nos volverá a ver. Me iré a las enormes llanuras de Sudamérica. Mi alimento no es el mismo que el del hombre; yo no destruyo al cordero o a la cabritilla para saciar mi hambre; las bayas y las bellotas son suficiente alimento para mí. Mi compañera será idéntica a mí, y sabrá contentarse con mi misma suerte. Hojas secas formarán nuestro lecho; el sol brillará para nosotros igual que para los demás mortales, y madurará nuestros alimentos. La escena que te describo es tranquila y humana, y debes admitir que, si te niegas, mostrarías una deliberada crueldad y tiranía. Despiadado como te has mostrado hasta ahora conmigo, veo sin embargo un destello de compasión en tu mirada; déjame aprovechar este momento favorable, para arrancarte la promesa de que harás lo que tan ardientemente deseo.

09 febrero 2021

El peligro de la historia única (Chimamanda Ngozi Adichie)

Literatura Random House, 2019

 


Pero también tuve abuelos que murieron en campos de refugiados. Mi primo Polle falleció por no poder recibir el tratamiento médico adecuado. Uno de mis mejores amigos, Okoloma, murió en un accidente de avión porque nuestros camiones de bomberos no tenían agua. Crecí bajó regímenes militares represivos que menospreciaban la educación y, por tanto, a veces mis padres no recibían su salario. Así que, de niña, vi desaparecer la mermelada de la mesa del desayuno, luego la margarina, después el pan se encareció demasiado y racionaron la leche. Y, sobre todo, una especie de miedo político normalizado invadía nuestras vidas. Todas estas historias me convirtieron en quien soy. Pero insistir solo en las historias negativas supone simplificar mi experiencia y pasar por alto otras muchas historias que también me han formado. El relato único crea estereotipos, y el problema con los estereotipos no es que sean falsos, sino que son incompletos. Convierten un relato en el único relato.

Por supuesto, África es un continente plagado de catástrofes. Algunas inmensas, como las horripilantes violaciones del Congo, y otras deprimentes, como el hecho de que en Nigeria se presenten cinco mil candidatos a una sola vacante de trabajo. Pero también hay historias que no tratan de catástrofes y es muy importante, igual de importante, hablar de ellas.

Siempre he tenido la impresión de que es imposible conocer debidamente un lugar o a una persona sin conocer todas las historias de ese lugar o esa persona. La consecuencia del relato único es la siguiente: priva a las personas de su dignidad. Nos dificulta reconocer nuestra común humanidad. Enfatiza en qué nos diferenciamos en lugar de en qué nos parecemos.

Todos deberíamos ser feministas (Chimamanda Ngozi Adichie)

Literatura Random House, 2016

 


En Lagos hay muchos clubes y bares de buen tono donde no puedo entrar sola. Si eres una mujer sola no te dejan entrar. Te tiene que acompañar un hombre. De forma que tengo amigos que llegan a los clubes y acaban teniendo que entrar cogidos del brazo de una completa desconocida porque esa desconocida, que es una mujer sola, no ha tenido más remedio que pedir "ayuda)) para entrar en el club.

Cada vez que entro en un restaurante nigeriano con un hombre, el camarero da la bienvenida al hombre y a mi finge que no me ve. Los camareros son producto de una sociedad que les ha enseñado que los hombres son más importantes que las mujeres, y sé que no lo hacen con mala intención, pero una cosa es saber algo con el intelecto y otra distinta es sentirlo a nivel emocional. Cada vez que me pasan por alto, me siento invisible. Me enfado. Me dan ganas de decirles que yo soy igual de humana que el hombre e igual de merecedora de saludo. Son nimiedades, pero a veces son las cosas pequeñas las que más nos duelen.

Hace poco escribí un artículo sobre la experiencia de ser una mujer joven en Lagos. Pues un conocido me dijo que era un artículo rabioso y que no debería haberlo escrito con tanta rabia. Pero yo me mantuve en mis trece. Claro que era rabioso. La situación actual en materia de género es muy injusta. Estoy rabiosa. Todos tendríamos que estar rabiosos. La rabia tiene una larga historia de propiciar cambios positivos. Y además de rabia, también tengo esperanza, porque creo firmemente en la capacidad de los seres humanos para reformularse a sí mismos para mejor.

 

 

Si eres hombre y entras en un restaurante y el camarero te saluda solo a ti, ¿acaso se te ocurre preguntarle: «¿Por qué no la has saludado a ella»? Los hombres tienen que denunciar estas situaciones aparentemente poco importantes.

Y como el género puede resultar un tema incómodo, hay formas fáciles de terminar la conversación.

Hay quien saca a colación la evolución biológica y los simios, el hecho de que las hembras de los simios se inclinan ante los machos, y cosas parecidas. Pero la cuestión es que no somos simios. Los simios también viven en los árboles y comen lombrices. Nosotros no.

Hay quien dice: «Bueno, los hombres pobres también lo pasan mal». Y es verdad.

Pero esta conversación no trata de eso. El género y la clase social son cosas distintas. Los hombres pobres siguen disfrutando de los privilegios de ser hombres, por mucho que no disfruten de los privilegios de ser ricos. A base de hablar con hombres negros, he aprendido mucho sobre los sistemas de opresión y sobre cómo pueden ser ciegos los unos con respecto a los otros. Una vez yo estaba hablando de cuestiones de género y un hombre me dijo: «¿Por qué tienes que hablar como mujer? ¿Por qué no hablas como ser humano?». Este tipo de pregunta es una forma de silenciar las experiencias concretas de una persona. Por supuesto que soy un ser humano, pero hay cosas concretas que me pasan a mí en el mundo por el hecho de ser mujer. Y aquel mismo hombre, por cierto, hablaba a menudo de su experiencia como hombre negro. (Y yo tendría que haberle contestado: «¿Por qué no hablas de tus experiencias como hombre o como ser humano? ¿Por qué como hombre negro?».)

Así que no, esta conversación trata del género. Hay gente que dice: «Oh, pero es que las mujeres tienen el poder verdadero, el poder de abajo». (Esta es una expresión nigeriana para referirse a las mujeres que usan su sexualidad para conseguir cosas de los hombres.) Pero el poder de abajo no es poder en realidad, porque la mujer que tiene el poder de abajo no es poderosa por sí misma; simplemente tiene una vía de acceso para obtener poder de otra persona. Pero ¿qué pasa si el hombre está de mal humor o enfermo o temporalmente impotente?

Hay quien dice que las mujeres están subordinadas a los hombres porque es nuestra cultura. Pero la cultura nunca para de cambiar. Yo tengo unas preciosas sobrinas gemelas de quince años. Si hubieran nacido hace cien años, se las habrían llevado y las habrían matado, porque hace cien años la cultura igbo creía que era un mal presagio que nacieran gemelos. Hoy en día esa práctica resulta inimaginable para todo el pueblo igbo.

¿Qué sentido tiene la cultura? En última instancia, la cultura tiene como meta asegurar la preservación y la continuidad de un pueblo. En mi familia, yo soy la hija que más interés tiene por la historia de quiénes somos, por las tierras ancestrales y por nuestra tradición. Mis hermanos no tienen tanto interés en esas cosas. Y, sin embargo, yo estoy excluida de esas cuestiones, porque la cultura igbo privilegia a los hombres y únicamente los miembros masculinos del clan pueden asistir a las reuniones donde se toman las decisiones importantes de la familia. Así pues, aunque a quien más interesan esas cosas es a mí, yo no tengo voz ni voto. Porque soy mujer.

La cultura no hace a la gente. La gente hace la cultura. Si es verdad que no forma parte de nuestra cultura el hecho de que las mujeres sean seres humanos de pleno derecho, entonces podemos y debemos cambiar nuestra cultura.

El Arte de la Paz (Morehi Ueshiba)

Mandala Ediciones, 2012

  

8.

La vida es crecimiento. Si nosotros dejamos de crecer, técnica y espiritualmente, es como si estuviéramos muertos.

El Arte de la Paz es una celebración de la unificación del cielo, la tierra, y la humanidad. Es todo lo que es verdad, bondad y belleza.

 

9.

Ahora y de nuevo, es necesario que te apartes a los adentros de las montañas profundas y valles escondidos para restaurar tu vínculo con la fuente vital.

Inhala y déjate remontar hacia el fin del universo; exhala y conduce el cosmos de nuevo adentro.

Finalmente combina el aliento del cielo y el aliento de la tierra con el tuyo, convirtiéndose en el aliento de la vida misma.

Nocturno de Chile (Roberto Bolaño)

Editorial Anagrama, 2012


 

Y yo cada vez me sentía más impaciente, pues en la casa principal me esperaban y tal vez alguien, Farewell u otro, se estaría preguntando por las razones de mi ya prolongada ausencia. Y las mujeres sólo sonreían o adoptaban gestos de adustez o de fingida sorpresa, sus rostros antes inexpresivos iban del misterio a la iluminación, se contraían en interrogantes mudas o se expandían en exclamaciones sin palabras, mientras los dos hombres que habían quedado atrás procedían a marcharse, pero no en línea recta, no enfilando hacia las montañas, sino en zigzag, hablando entre sí, señalando de tanto en tanto indiscernibles puntos de la campiña, como si también en ellos la naturaleza activara observaciones singulares dignas de ser expresadas en voz alta.

 

Yo me hice la siguiente pregunta: ¿por qué María Canales, sabiendo lo que su marido hacía en el sótano, llevaba invitados a su casa? La respuesta era sencilla: porque durante las soirées, por regla general, no había huéspedes en el sótano. Yo me hice la siguiente pregunta: ¿por qué aquella noche uno de los invitados al extraviarse encontró a ese pobre hombre? La respuesta era sencilla: porque la costumbre distiende toda precaución, porque la rutina matiza todo horror. Yo me hice la siguiente pregunta: ¿por qué nadie, en su momento, dijo nada? La respuesta era sencilla: porque tuvo miedo, porque tuvieron miedo.

Ho’oponopono Antigua práctica hawaiana de la gratitud y el perdón (Carole Berger)

Editorial Sirio, 2019

 

Aloha: Saludo en ti la energía universal; reconozco en ti más de lo que veo; reconozco en ti lo que también está en mi: la energía universal que fluye a través de nosotros y nos conecta. Vivir Aloha es tender un puente entre lo que veo (el cuerpo) y lo que no veo (la energía de la cual está compuesto). Seguir las enseñanzas de ho’oponopono es vivir cada momento en el mundo de las energías, aprovechándolas al máximo para estar en paz y avanzar en la senda vital; es comprender las leyes que rigen el mundo energético y sacar partido de ellas; es mostrar en cada pensamiento y acto una profunda reverencia por la vida en todas sus formas.

Ser pono es vivir en armonía con ellas. Es ser consciente en cada momento de estas leyes que gobiernan el reino invisible: leyes que nos arropan, nos nutren y nos permiten llenar, al fin, el vacío interior que nos causa tanto dolor.

La ley de la aceptación nos permite reconocer y aceptar que no vemos el “panorama general”, y por lo tanto somos incapaces de entender y controlar todo.

 

 

Practicar la transmutación de los pensamientos

Si dices “estoy harto”, la energía universal recibe una vibración particular que está ligada a esta emoción negativa. De hecho, al decir esto, estás atrayedo una gran cantidad de situaciones que te harán experimentar esta resonancia que has “solicitado”. (Según las leyes de las energías, cuando piensas algo es como si lo hubieras pedido).

Por lo tanto, se te presentarán otras oportunidades para decir “estoy harto” en tu vida diaria. El círculo vicioso solo cesará cuando “pidas” otra cosa: en cuanto tus pensamientos se dirijan a otro objetivo, se producirá otro resultado. ¡Tu realidad cambiará! Es como si te dijeran que para ganar, tienes que empezar por jugar. Para ver cambios en tu vida, debes comenzar por pensar y vivir “como si”; es decir, como si lo que quieres para tu vida ya estuviera allí.

La ley de la atracción hace real lo que piensas; da igual que hayas dicho “quiero” o hayas dicho “no quiero”. Por ejemplo, si piensas “quiero superar mis dificultades financieras”, estás pensando en “dificultades” y la ley de la atracción manifestará “dificultades” y el círculo vicioso continuará. En lugar de pensar en “dificultades”, piensa en “prosperidad”. Al principio, este ejercicio mental no es fácil, porque la mente nos lleva constantemente de vuelta a lo negativo, a lo que sea que esté arruinando nuestra vida.

La idea central es eliminar el “no” de tu pensamiento para pasar al otro lado y expresar el “sí”. Es posible invertir la tendencia de cada palabra negativa y convertirla en su contraparte positiva.

Vale la pena señalar que persistir en la lucha “contra” algo es un desperdicio de energía. Esta actitud nos lleva a prestar aún más atención a lo que queremos evitar. Nuestra forma de pensar, en ese momento, contribuye a “alimentar” lo que nos queremos, por lo que se produce el efecto contrario. Así que, en lugar de pensar o de decirte a ti mismo “estoy en contra de la guerra”, piensa “quiero la paz”. La clave es pensar en lo que deseas.

 

 

La sabiduría de los ancianos

Si, en lugar de enfadarte por lo que está sucediendo, decides callar cuando hubiera sido fácil dar una opinión, estarás empleando nuevas energías que conducirán a otros resultados. Y si el cambio no conduce a los resultados que esperabas, puedes cambiar las veces que sea necesario, hasta que las consecuencias de tus acciones, pensamientos o creencias te den el resultado “correcto”. No dejes que el pasado dicte cómo vivirás en el presente.

 

 

Purgar los recuerdos profundos con la ley del perdón

¿Qué hay de los “nudos” más grandes? Los nudos grandes son los que no se pueden deshacer solos: los mecanismos inconscientes muy profundos que originan un cierto malestar, un sentimiento de abandono, un miedo a afirmarse, una falta de confianza en sí mismo, pero también amargura, remordimiento y traumas pasados.

También pueden corresponder a recuerdos aún más antiguos, heredados de nuestros antepasados. Es aquí donde la benevolente energía del perdón puede hacer la limpieza por ti, ayudándote a liberarte de las más profundas impresiones de negatividad. Los sabios nos aseguran que “es suficiente” con confiar en el universo. ¡Pero aun así tenemos que hacerlo!

El perdón solo se produce cuando decimos “perdono”. ¡Esta palabra tiene fuertes connotaciones religiosas que a algunos podrían rechinarles! Pero la hemos usado tanto que hemos olvidado su verdadero significado. Tan pronto como se menciona la palabra perdón, la gente se pone a la defensiva: “¿Perdonar…? Qué fácil, ¿no?; ¿por qué debería perdonar a quien me ha hecho daño?”.

“¿Por qué hacer el esfuerzo de perdonar a alguien que ni siquiera acepta su responsabilidad por haberme herido? ¿Cómo puedo perdonar lo imperdonable? Es demasiado difícil, no quiero, no puedo…”. Inmediatamente pensamos que hemos sufrido; los acontecimientos pasados salen a la superficie y la memoria así reactivada va acompañada de sentimientos de tristeza, ira, amargura y un sentido de injusticia.

Con frecuencia, lo primero que viene a la mente es la dificultad de perdonar al otro. A menudo necesitamos más tiempo para centrar la atención en nuestras propias acciones.

El perdón, sin embargo, implica ambas caras de la moneda: perdonarse a uno mismo y perdonar a los demás. En ambos casos, el objetivo es el mismo; no se trata de negar la responsabilidad de ninguna de las partes, ni de olvidar el hecho, sino de eliminar las impresiones energéticas que dejan huellas imperceptibles y que se adhieren de manera negativa a nuestras vidas.

 

 

Perdonar es darse permiso para dejar atrás el pasado

El perdón no significa que lo aceptes todo, ni que niegues la responsabilidad de quien te hirió, tampoco significa justificar o minimizar el daño que se ha hecho. Lo que pasó, pasó, y nadie puede borrar esa acción que te perjudicó. Por otro lado, todas las emociones que aún te hacen sufrir han de ser tratadas. Hay que eliminar la huella que dejaron en tu cuerpo, tus emociones y tu energía.

El perdón tiene un poder liberador tan grande que no usarlo es como decidir que queremos seguir estancados en la culpa, la amargura o incluso la depresión. ¿Te sirven de algo estos sentimientos?¡Por supuesto que no! Lo que hacen la mayoría de las veces es atormentarte e impedirte seguir adelante. Deshaciéndote de ellos podrás liberarte del pasado y arrojar luz sobre el presente, que es el único momento sobre el que realmente tenemos poder. A cada instante estamos rediseñando nuestro presente y definiendo nuestra realidad.

Si en este preciso momento, aquí y ahora, decidimos liberarnos de recuerdos del pasado que se han vuelto demasiado dolorosos, o de un patrón de comportamiento que ya no nos sirve, tenemos el poder de hacerlo recurriendo a las energías de la ley del perdón.

La práctica del “cuenco de luz”

Los hawaianos tienen una ventaja sobre nosotros: han aprendido desde la infancia a despejar los pensamientos y acciones de cada día que podrían bloquear el fluir de a vida. Para asegurarse de educar a los niños en este espíritu desde una edad temprana, sus mayores les cuentan una historia que ha sido transmitida de generación en generación durante siglos: el cuenco de luz.

Cada niño nace con un cuenco de luz perfecto. Si aprende a apreciar esta luz en el amor y el respeto por la vida, crecerá y llegará a ser fuerte y poderoso y a estar en comunión con el universo. Será capaz de nadar con los tiburones, cantar con los pájaros y tener una buena comprensión de todas las cosas. Pero cada vez que un niño se deja arrastrar por el miedo, las preocupaciones, las dudas o los pensamientos negativos, tiene que colocar una piedra en su cuenco de luz. Y al hacerlo, pierde un poco de la luz, porque la luz y la piedra no pueden ocupar el mismo espacio.

Con el tiempo, si sigue añadiendo piedras al cuenco, este se llenará, dejará de contener luz y el niño se convertirá en piedra.

Como una piedra, el niño ya no podrá crecer ni salir a flote, ya no podrá hacer ningún movimiento, se cortará el fluir de la vida. Pero si se cansa de ser una piedra, solo tiene que perdonar a esa parte de sí mismo que llenó el cuenco con piedras. Al hacerlo, da la vuelta al cuenco para que las piedras caigan al suelo. La luz podrá entonces volver y brillar una vez más.

 


Los sabios de las islas nos susurran al oído: “Solo cuando alcanzas ese estado puede comenzar el proceso de limpieza. Por ahora, toda tu energía está concentrada en un solo punto de vista. Nada más puede ocupar su lugar”.

La mayoría de las veces, avanzamos sin tener las respuestas a nuestras preguntas, por muy legítimas que sean. El consejo de los maestros hawaianos es entonces: “Olvídate y deja que el universo se encargue”. Libérate de esta carga para poder avanzar con un corazón ligero.

Cuando la carga se vuelve muy pesada y no sabemos realmente por qué o cómo hemos llegado a ese lugar, tenemos que perdonar a todos. Dejarlo en manos de los poderes que están más allá de nuestra comprensión.

Sin entender realmente como ocurrió, nos encontraremos un día enfrentados a la misma situación, o cara a cara con quien nos hizo daño, y nos sorprenderá lo diferente que vemos las cosas ahora.

El dolor y la ira se habrán ido. Seremos capaces de “ver” la situación como un mero observador, y ya no provocará emociones negativas en nosotros. Nos liberaremos de ellas. Algo más positivo podrá ahora reemplazarlas.

En entrevistas con Nancy Kahalewai, el tío Robert Keliihoomalu, un anciano de la Isla Grande, declaró que le hacía gracia esta necesidad que tienen los occidentales de entenderlo y analizarlo todo. Repitió que, para perdonar, para dejar ir realmente lo que nos ha herido, simplemente tenemos que confiar esta carga al universo.

Para dejar que las leyes del mundo de las energías funcionen, suele decirles a quienes conoce: “Si he hecho o dicho algo que te haya herido de alguna manera, lo siento mucho”. No sabe si es el caso, pero hace una limpieza sistemática. Quizá uno de sus antepasados hirió una vez a un antepasado de la persona a la que se dirige; quizá perturbó su campo de energía. Como no lo sabe, repite con regularidad esta limpieza para apaciguar lo que necesite ser apaciguado.

Para él, como para muchos ancianos, entender el porqué y el cómo no tiene importancia. Lo que es fundamental es decidir, de corazón, confiar al universo todas las cosas que ha dicho o hecho y que puedan haber herido a quienes conoció ese día o incluso a lo largo de toda su vida. Observa las estrellas del cielo, se deja bañar por el aire de la noche, y luego “evoca” el perdón para sí mismo y los demás. Cree que repetir esta práctica diariamente es indispensable para mantener el corazón alegre.

También entiende que a veces las cosas que la gente hace pueden parecer completamente injustificadas. Así que está de acuerdo en mantener una mente abierta y aceptar que probablemente nunca entenderá lo que suele llamar “el gran misterio”. Al aceptar su falta de comprensión, también toma la decisión de perdonar, sin estancarse en tratar de descubrir las razones que podrían haber llevado a alguien a hacerle daño. Ya que ha llegado el momento de seguir adelante.

 

 

Si el corazón se alinea con el pensamiento, si educamos toda nuestra voluntad para que elija avanzar, entonces, dicen los sabios, el peso de nuestra carga desaparecerá sin que ni siquiera podamos explicarnos cómo. ¡Es “el gran misterio”! Sencillamente, veremos los efectos en nuestras vidas; puede que no entendamos por qué la vida se ha vuelto más agradable, pero el hecho es que nos sentiremos mejor con nosotros mismos, como si nos hubiéramos liberado de una pesada carga de la que puede que ni siquiera fuésemos conscientes.

En la práctica hawaiana, los ejercicios de respiración (ha) forman una parte integral del proceso. Respirar profundamente calma la mente, y a continuación, esta calma impregna nuestro cuerpo y nuestros pensamientos, ya que el aire entra y sale de los pulmones. Cuando la mente está más calmada es el momento de pronunciar algunas palabras elegidas, por ejemplo: “Aquí y ahora, elijo perdonarme por lo que he dicho y hecho y por lo que no he dicho ni hecho. Este perdón lo extiendo a mí, mis antepasados y mi futuro linaje. Elijo perdonar y liberar todos los lazos invisibles que me mantenían atado al pasado y a la gente que me hizo daño. No me guardo nada y libero todos los lazos que puedan haber sido creados”.

Cada uno tiene que encontrar las palabras que mejor se adapten a sí mismo. Una vez que elijas tus propias palabras para invocar las energías del perdón, es importante que las utilices tan a menudo como sea posible. Esta frase se convertirá entonces en una especie de leitmotiv.