Jigokugen, Haruruma, Aru Ahõ no Isshõ
El biombo del infierno
Luego una vez más creímos que el viento de la noche gemía entre las copas de los árboles. El sonido del viento apenas había ascendido al negro cielo – nadie supo hacia dónde – cuando algo negro rebotó como una pelota, sin tocar el suelo y sin volar por el aire, y cayó directamente desde el techo de la mansión al carruaje envuelto en llamas. En medio del enrejado de las celosías del carruaje, que se desmoronaba en pedazos, la cosa se aferró a los retorcidos hombros de la muchacha y a través de las cortinas de humo negro, soltó un prolongado y desgarrador chillido de intenso dolor, como el rasguido de la seda, y luego dos o tres gritos sucesivos.
Involuntariamente, todos lanzamos una exclamación de sorpresa. Lo que se aferraba a los hombros de la joven muerta, contra el telón de las llamas que rugían, era el mono que en la mansión de Horikawa habían apodado Yoshihide.
Luego una vez más creímos que el viento de la noche gemía entre las copas de los árboles. El sonido del viento apenas había ascendido al negro cielo – nadie supo hacia dónde – cuando algo negro rebotó como una pelota, sin tocar el suelo y sin volar por el aire, y cayó directamente desde el techo de la mansión al carruaje envuelto en llamas. En medio del enrejado de las celosías del carruaje, que se desmoronaba en pedazos, la cosa se aferró a los retorcidos hombros de la muchacha y a través de las cortinas de humo negro, soltó un prolongado y desgarrador chillido de intenso dolor, como el rasguido de la seda, y luego dos o tres gritos sucesivos.
Involuntariamente, todos lanzamos una exclamación de sorpresa. Lo que se aferraba a los hombros de la joven muerta, contra el telón de las llamas que rugían, era el mono que en la mansión de Horikawa habían apodado Yoshihide.
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