05 mayo 2006

Albert Camus (El primer hombre)


Los gatos, nacidos y crecidos en un barrio pobre, tenían la vigilancia y la rapidez de los animales acostumbrados a defender su derecho a vivir.

Habían llegado con mucho adelanto, como siempre ocurre con los pobres, que tienen pocas obligaciones sociales y placeres, y que temen no ser puntuales.

Oscuramente sentía que no miente uno en lo esencial a los que ama, por la sencilla razón de que sin la mentira no se podría vivir con ellos ni amarlos.

De joven, yo pedía a las personas más de lo que podían dar: una amistad continua, una emoción permanente. Hoy sé pedirles menos de lo que pueden dar: una compañía sin frases. Y sus emociones, su amistad, sus gestos nobles conservan para mí su valor cabal de milagro: un efecto cabal de la gracia.

Ese sentimiento de felicidad que nunca había podido experimentar, salvo en lo provisional, lo ilícito – que por el hecho de ser ilícito impedía que esa felicidad alguna vez durase -, llegaba a envenenarlo la mayor parte del tiempo, menos las raras veces en que se imponía, como ahora, en estado puro, en la luz leve de la mañana, entre las dalias todavía brillantes de rocío...

Ella, casi siempre silenciosa y con unas pocas palabras a su disposición para expresarse; él, hablando sin cesar e incapaz de encontrar a través de miles de palabras lo que ella podía decir con uno sólo de sus silencios...

Habría que vivir como espectador de la propia vida. Para añadirle el sueño que le diera conclusión. Pero uno vive, y los otros sueñan tu vida.

2 comentarios:

CDG dijo...

Llegué aquí buscando fragmentos de Camus, porque acabo de leer El Primer Hombre. Gran selección la tuya.
Saludos.

Dey dijo...

Muy Buena selección!