25 septiembre 2009

Enrique Vila Matas (Recuerdos Inventados, Primera antología personal, 1994)



Anagrama, 2006

MAR DE FONDO

Yo tenía un amigo. En esos días únicamente tenía un amigo. Se llamaba Andrés y vivía en París, y a esa ciudad viajé para verle, y él se alegró de mi visita. La misma tarde en que llegué a París, me presentó a Marguerite Duras, que era amiga suya. Lástima que esa tarde había yo tomado dos o tres anfetaminas. Solía tomar esa ración a diario, convencido de que podían ayudarme a imaginar historias y a convertirme en un novelista. No sé por qué estaba tan convencido de una cosa así cuando en realidad no había escrito una sola línea en mi vida y las anfetaminas eran, en gran parte, culpables de eso. Además, a causa de ellas, había perdido todo mi dinero en salones clandestinos de juego, en Barcelona.

LA FUGA EN CAMISA

…Eran ingleses y estaban hablando de una mujer. Lo supe cuando uno de ellos arrojó su pipa al mar y, con voz susurrante y temblorosa, dijo: - La capacidad de amar de Jennie era sencillamente inmensa. La frase sonó tan cálida que, aun sin saber de quién hablaban, rocé literalmente la emoción. Recordé haber leído en alguna parte que las palabras eran las cosas convertidas en puro sonido, su fantasma. Y sentí que, en cierta forma, me había enamorado de una palabra, de un fantasma, me había enamorado de Jennie. Luego escuché una historia o, mejor dicho, la astilla de una historia. - Un día, Jennie se enamoró de una musulmana y olvidó que éstas tienen un concepto distinto del amor. Olvidó que desprecian a las cristianas y que muchas consideran que es totalmente lícita cualquier maldad que les hagan. La musulmana era la criada de Jennie. Era posesiva, dura, siempre a la espera de un regalo a cambio de su amor. Estaba enamorada de Jennie pero a su manera. Sabía hacer filtros de amor. Filtros infalibles a base de hierbas que se apoderaban de la voluntad de quien los tomaba. Filtros que eran una mezcla de hipnóticos, aditivos y otras hierbas como el beleño y la cantárida. Jennie tomó, durante un tiempo, esos filtros y fue envenenándose lentamente. Enfiló la senda irreversible que conduce a la locura y la muerte… En ese momento cruzó por mi mente la imagen de un narrador oral, de un encantador de serpientes que había yo visto en un anterior viaje a Marruecos. Presa de un irresistible y misterioso impulso, me abalancé sobre el inglés y, como si estuviera afilando un cuchillo que rasgara el aire imponiendo el filo del silencio, le dije: - ¡Alto ahí! Ya he oído bastante. Preferiría que dejara el resto a mi imaginación. Y andando lentamente hacia atrás me alejé de allí. No quería darle la espalda al siempre difícil horizonte.

LA ESPOSA SECRETA

- Perdona, Elena.
- Estás loco.
Me siento, de pronto, poseído por una fuerza extraña que me impulsa, ahora en gesto consciente, a apretarle la garganta. Ella saca fuerzas de flaqueza y dice:
- Me estás matando y no puedes evitarlo.
- Sí, puedo evitarlo
– contesto.
- ¿Cómo?
– pregunta con voz de asfixia.
- Despertándome.

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