04 septiembre 2008

Karel Čapek (La guerra con las salamandras, 1936)

Vàlka s Mloky
Zig-Zag, 1944

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http://www.ciencia-ficcion.com/opinion/op00450.htm

Algunos fragmentos:

- ¿Dónde están las islas Gilbert?
- Resp: En Inglaterra. Inglaterra no se atará las manos en el continente. Inglaterra necesita diez mil aviones. Visiten la costa Sur de Inglaterra.
- ¿podríamos ver su lengua, Andy?
- Resp: Sí, señor. Limpien sus dientes con pasta Flit. Es económica, es la mejor; es inglesa. ¿Quiere tener un aliento agradable? Use pastillas Flit.
- Gracias, con eso basta. Y ahora díganos, Andy…
Etcétera. El acta de la conversación con Andrias Scheuchzeri constaba de dieciséis páginas cabales y se publicó en “The Natural Science”.

Poseían sus ciudades submarinas y subterráneas, sus metrópolis acuáticas, sus Essen y sus Birmingham en el fondo del mar, a una profundidad de veinte a treinta metros; tenían sus barrios de comunicaciones y aglomeraciones urbanas que ascendían a millones de individuos; en una palabra, tenían su mundo, más o menos desconocido para nosotros, pero, al parecer, técnicamente muy avanzado. No poseían, ciertamente, altos hornos ni fundiciones, pero los hombres les suministraban metales a cambio de su trabajo. No tenían explosivos, pero estos también se los vendían los hombres. Su carburante era el mar con su flujo y reflujo, con sus corrientes submarinas y diferencias de temperatura; las turbinas las recibían, claro está, de los hombres, pero supieron emplearlas; pues, ¿qué es la civilización sino la facultad de aprovechar cosas inventadas por otros?

Pocos años después de quedar establecidas las primeras colonias de molges en el Mar del Norte y el Báltico, comprobó el investigador alemán doctor Hans Thüring que la salamandra báltica mostraba – seguramente por la influencia del ambiente – ciertas diferencias morfológicas; parecía, entre otros síntomas, más rubia, andaba más erguida y su índice frenológico mostraba un cráneo más largo y estrecho que el de otras salamandras. Esta variedad recibió el nombre de SALAMANDRA NÓRDICA o SALAMANDRA SUPERIOR (Andrias Scheuchzeri var. Nobilis erecta Thüring).
Con este motivo también la prensa alemana comenzó a ocuparse fervorosamente de la salamandra báltica. Se recalcaba con particular énfasis que precisamente gracias a la influencia del ambiente alemán pudo este molge producir un tipo racial diferente y superior, que aventajaban sin discusión a todas las demás salamandras. Los diarios escribían con desdén acerca de los molges mediterráneos, degenerados física y moralmente; de las salvajes salamandras tropicales y, en general, acerca de los molges bajos, primitivos y bárbaros de otras naciones. De la salamandra gigante a la supersalamandra alemana, fue la alada consigna del día. ¿No era acaso la tierra alemana la protopatria de todas las salamandras de la época? ¿No está su cuna en Oeningen, donde el sabio alemán, doctor Juan Jacobo Scheuchzer había descubierto su magnífica huella ya en el mioceno? No puede existir duda alguna de que el primitivo Andrias Scheuchzeri haya nacido antes de las edades geológicas en la tierra germana; al dispersarse más tarde por otros mares y zonas, tuvo que expiarlo con el retroceso de su desarrollo y la degeneración; pero al establecerse de nuevo en la tierra de sus ancestros, vuelve otra vez a ser lo que fue: el noble molge nórdico Scheuchzer, el rubio, erguido y dolicocéfalo. Pues sólo en el suelo alemán pueden las salamandras volver a su tipo más puro y superior, tal como lo descubrió el gran Juan Jacobo Scheuchzer en la huella fósil de las canteras de Oeningen. Por eso necesita Alemania costas nuevas y más largas, necesita colonias, necesita los océanos, para que en todas partes, en las aguas territoriales alemanas, pueda desarrollarse la nueva generación de salamandras alemanas genuinas y racialmente puras. Necesitamos espacio vital para nuestras salamandras, escribían los periódicos alemanes; y para que el pueblo alemán no perdiese de vista este hecho, se erigió en Berlín un espléndido monumento a Juan Jacobo Scheuchzer. En él podía verse al gran doctor con un grueso libro en la mano; a sus pies descansaba, erguido, el noble molge nórdico mirando las inmensas costas del mar océano, perdidas en lontananza.

Después sólo se oyó el rumor oscuro e infinito de las aguas subiendo.

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