08 julio 2008

Walter M. Miller Jr. (Cántico a San Leibowitz, 1959)


(Bruguera, 1972)

El aliento necesario para gritar sería mejor emplearlo en correr.

- Está bien – le interrumpió el sacerdote. Sólo una sombra de revulsión cruzó su vieja cara.

¡Simples! ¡Sí, sí! ¡Soy simple! ¿Eres simple? ¡Construiremos una ciudad y la llamaremos “Ciudad Simple” porque para entonces todos los bastardos inteligentes que causaron esto estarán muertos! ¡Simples! ¡Vamos! ¡Esto les servirá de lección! ¿Hay alguien aquí que no sea simple? ¡Si lo hay, coged al bastardo!

Para escapar de la ira de aquella multitud de simples, los hombres cultos que quedaban con vida huyeron a cualquiera de los santuarios que les ofrecían asilo. La Santa Iglesia los recibió, los vistió con hábitos monacales y trató de ocultarlos en tantos monasterios y conventos como habían sobrevivido y que podían ser habitados de nuevo, porque las religiones no eran muy despreciadas por la multitud a no ser que la desafiasen o aceptasen el martirio.
A veces el santuario era seguro, pero en general no resultó así. Los monasterios fueron invadidos, los archivos y libros sagrados quemados, los refugiados apresados y juzgados sumariamente y colgados o quemados. Al poco tiempo de iniciada, la Simplificación dejó de tener un plan o un propósito y se convirtió en un loco frenesí de crímenes en masa y destrucción, como suele ocurrir cuando los últimos restos de orden social desaparecen. La locura se transmitió a los niños, acostumbrados como estaban, no sólo a olvidar, sino a odiar, y oleadas de furia se reprodujeron esporádicamente hasta la cuarta generación después del Diluvio. Entonces, la ira se dirigió, no contra los sabios, pues ya no quedaba ninguno, sino contra los que sabían leer y escribir.

Su cometido no anunciado, y al principio sólo vagamente definido, era conservar la historia humana para los tataranietos de los nietos de los simples que querían destruirla… Sus miembros eran o bien “contrabandistas de libros” o “memorizadores”, según la tarea asignada. Los contrabandistas introducían clandestinamente libros al sudoeste y los enterraban allí en barriles. Los memorizadores se aprendían de memoria volúmenes enteros de historia, escrituras sagradas, literatura, ciencia, por si algún infortunado contrabandista de libros era apresado, torturado y obligado a delatar dónde estaban los barriles.

Puedes emplear el tiempo que te sobre en hacer duplicados de cualquiera de las copias que estén en malas condiciones. Si algo más se mezcla en el conjunto, procuraré no darme cuenta.

Aún el susurro de la propia respiración parecía ser suavemente devuelto por el eco de los distantes ábsides.

Porque la duda no implica negación. La duda es una poderosa herramienta que debería ser aplicada a la historia.

“¡Qué tonterías, viejo! – se reprendió a sí mismo -. Cuando estás cansado de vivir, los simples cambios te parecen malévolos, ¿no es así? Porque cualquier cambio estorba la paz letal del cansancio de la vida. Existe el diablo, claro que sí, pero no le carguemos con más de lo que su condenación merece. ¿Tan cansado estás de la vida, viejo fósil?”

….Si trata de guardar la sabiduría hasta que el mundo sea sabio, padre, el mundo nunca la tendrá.

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