03 febrero 2008

Ray Loriga (Tokio ya no nos quiere, 1999)


Tokyo Doesn't Love Us Anymore
Plaza y Janés, 1999

Cientos de niños encontrados en los prostíbulos de la costa a los que se les quemaba la memoria a diario para mantener la inocencia sexual que requerían los exquisitos turistas sexuales europeos.

Mirar cómo se corre una mujer es como mirar un tren eléctrico, no hay nada que hacer, pero es divertido.

Borracho por el licor de arroz. Animado por la vergonzosa alegría con que un soldado vivo le quita un reloj de oro a un soldado muerto, veo avanzar un futuro mejor, cimentado en esta vuelta afortunada en la espiral de mi propia desgracia.

Ahora tengo dinero en el bolsillo. Ahora tengo una maleta con química suficiente para hacer mucho más. Ahora puedo vivir los días, uno tras otro, y olvidarlos, uno tras otro, para que no estorben. Ahora sé que mañana, pase lo que pase, no habrá pasado nada.

Por cierto, no he venido aquí a vender nada, he venido porque un cliente agradecido, un joven industrial chino, me ha invitado y porque últimamente me dejo llevar como las cenizas de un muerto dentro de un tarro.

Nada de agujas, por favor, odio las agujas. Soy un drogadicto cobarde. Capaz de cualquier daño definitivo, pero temeroso de cualquier daño intermedio.

El médico me dice que a eso le llaman el efecto Zeigarnik. El médico me dice que los sujetos de la experiencia Zeigarnik debían efectuar una serie de 18 1 21 tareas sucesivas de naturaleza diversa; enigmas, problemas de aritmética, tareas manuales y que la mitad de estas tareas eran interrumpidas antes de que los sujetos tuvieran oportunidad de terminarlas y que eran precisamente las tareas interrumpidas las que los sujetos evocaban después con más fuerza, mientras que las demás se perdían a menudo sin dejar huella en la memoria. El médico dice que el efecto Zeigarnik se centra en las motivaciones de terminación. El médico dice que la evocación de las tareas interrumpidas es sin ninguna duda mejor que la de las tareas terminadas.
El médico dice que las tensiones residuales favorecen la retención.
El médico no lo sabe, pero ahora parece seguro que es por culpa del efecto Zeigarnik por lo que, a pesar de todo, aún recuerdo tu nombre.

¿Qué he olvidado?
Todas las oraciones, el nombre de mis padres, la sombra de los árboles junto a la valla de mi colegio, el mundial de fútbol del 78, si he ido alguna vez en barco, las heridas de bala, si las ha habido, los hijos, si los hay, sus caras, las caras de un millón de mujeres, por alguna extraña razón no demasiadas películas, pero desde luego algunas, números, puede que algún idioma, mañanas, tardes, noches, el sabor de muchas cosas y también el color de muchas cosas, cientos de canciones, cientos de libros, favores, deudas, promesas, direcciones, amenazas, calles, playas, puertos, ciudades enteras, he olvidado Berlín y he olvidado Roma, por supuesto no he olvidado Tokio, he olvidado el día de ayer, completamente, como olvidaré el de hoy y después el de mañana.


Estoy mirando pasar esta pena como un idiota mira pasar una oportunidad, sin ninguna intención de alcanzarla.

Las horas de niño son eternas. Las horas de hombre, en cambio, caen del cielo como la lluvia y no hay nada que pueda uno hacer para detenerlas. Las horas de viejo son aún más rápidas, te atraviesan a la velocidad de la luz. Se va un día en un pestañeo. Lo que hace un segundo era importante ahora resulta ridículo.

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