02 octubre 2007

Knut Hamsun (Hambre, 1890)



Ed. Zig-Zag, 1930

Kunt Hamsun .... Cuanta desesperación se siente al leerlo!

Apoyando los codos sobre el alfeizar e incorporándome, saqué afuera la cabeza para bañarme de aire. Era ciertamente un claro día, la anunciación del otoño, la estación fina y sutil que muda y transforma los colores.

-Espere usted, hombre, espere. ¡Aquí se deja usted dos pequeñas miserias, nada, que con ser tan poco es lo único que en el mundo posee!
Y sus palabras infligían tan duramente mi situación, sonaban tan tristes en la agonía de la tarde, que comencé a llorar…
El viento soplaba cada vez más fuerte, arrastrando las nubes que celaban la luz; con la noche, el frío se hacía más agudo. Anduve llorando por toda aquella calle; sentía una tal compasión de mí mismo, que las palabras con que intentaba consolarme arrancaban de mí nuevos sollozos…

… Desde hace veinte primaveras, día por día y hora por hora, estuve esperando este momento; la noche estrellada sabe de mis súplicas y de mis impaciencias; he acompañado vuestras tristezas con mis dolores y nada me fue más grato que poner en vuestros ensueños el tibio aroma de mis esperanzas…
Me encontraba ahora en el momento lírico del hambre; exento de dolor sentíame ingrávido y ligero como una pluma. Y de esta pura ingravidez eran mis pensamientos. Atado a la sorpresa de mi expresión me di en buscarle significado.

Al llegar a la calle me dio la idea de que lo que debía pedir era un panecillo en vez de una bujía. Estaba indeciso; me paré un momento reflexionando. ¡No, de ninguna manera! – concluí al fin -. Desgraciadamente, no me encontraba yo en estado de soportar ninguna comida; en el momento en que volviese a ingerir algo sería presa de las mismas alucinaciones, de las mismas quimeras y propensiones absurdas; mi artículo tampoco se acabaría, y era preciso ofrecérselo al director antes que tuviese tiempo de olvidarme. ¡De ninguna manera! Resueltamente me decidí por la bujía y penetré en la tienda.

¿Por qué no me habría delatado? Entonces habría alcanzado mi vida un fin. Y mis manos no habrían opuesto resistencia a las esposas; al contrario, se habrían ofrecido. ¡Dios del cielo, el resto de mi vida por un segundo de felicidad, por un momento de reconciliación con la vida! ¡Por una vez al menos!...

1 comentario:

Anónimo dijo...

Las novelas del aventurero Hamsun apelan a la sensibilidad de hombres libres, conflictuados frente a la cómoda autocomplacencia de los cánones de mediocridad social.
Su grandeza radica en su angustia legítima, no fementida por filosofías existencialistas, no citadina ni burguesa, angustia del hombre vivo que anhela una intensidad mayor. No son revolucionarios. Sólo quieren aire libre.
Victoria, Pan, La Ciudad de Segelfoss o Bendición de la Tierra (novela que le valió el Nobel a Hamsun) se alejan de modas y clichés para transmitir la visión parca de un modelo de humanidad en vías de extinción: son paganos, cuyo arquetipo puede ser rastreado en los campesinos, guerreros y poetas que pueblan las viejas sagas escandinavas, hombres de quienes se afirmó que no tenían más dios ni ley que su propio corazón.