26 marzo 2007

Herman Melville (Moby Dick or The Whale, 1851)



Ed. Debolsillo, 2004

Nave y barca se apartaron; la fría, húmeda brisa nocturna sopló entre ambas; una gaviota pasó chillando sobre ellas; ambos cascos rolaron bravíos y nosotros lanzamos tres vivas con el corazón oprimido y nos hundimos ciegamente, como el destino, en el Atlántico solitario.

I. LA BALLENA EN FOLIO II. LA BALLENA EN OCTAVO III. LA BALLENA EN DOZAVO Como tipo EN FOLIO propongo el Cachalote; como tipo EN OCTAVO, la Orca; como tipo EN DOZAVO, la Marsopa. EN FOLIO. Entre éstos, incluyo los siguientes capítulos: I. el Cachalote; II. La Ballena de Groenlandia; III. La Yubarta; IV. La Ballena con lomo giboso; V. la Ballena con lomo de navaja; VI. La Ballena con panza de azufre. Libro I (Folio), Capítulo I (Cachalote; el cachalote se llama en inglés Sperm Whale (ballena de esperma). Esta ballena, vagamente conocida entre los antiguos ingleses como ballena Trumpa, ballena Physeter y ballena con cabeza de yunque, es el actual Cachalot de los franceses, el Pottsfich de los alemanes y el Macrocéfalo de los que usan palabras largas. Es, sin duda, el habitante más grande del globo, la más formidable de todas las ballenas que puedan encontrarse, la de aspecto más majestuoso y, en suma, la más valiosa en el comercio, puesto que es el único ser del cual se obtiene esa preciosa sustancia llamada esperma.

…. ¡Una bestia que te atacó siguiendo el más ciego de los instintos! ¡Locura! ¡Enfurecerse contra un ser sin uso de palabra parece una impiedad, capitán Ahab! - Óyeme una vez más, te daré la explicación más profunda. Todos los objetos visibles, amigo, no son sino máscaras de cartón. Pero en cada acontecimiento, en el acto vivo, en la acción resuelta, algo desconocido, pero siempre razonable, proyecta sus rasgos tras la máscara que no razona. ¡Y si el hombre quiere golpear, ha de golpear sobre la máscara! ¿Cómo puede salir el prisionero, si no atraviesa el muro? Para mí, la ballena blanca es ese muro que me aprisiona. A veces pienso que no hay nada más allá de él. Pero es bastante para mí. Me obsesiona, me desborda: veo en la ballena una fuerza atroz poseída de una perversidad inescrutable. Ese algo inescrutable es lo que odio por encima de todo: sea la ballena blanca el mero agente, sea la ballena blanca el amo ordenador, contra ella descargaré mi odio…..

¡Ja, ja, ja! ¡Quiero aclararme la garganta! He estado pensándolo hasta ahora, y este ja, ja es la conclusión. ¿Por qué? Porque una carcajada es la respuesta más sabia y natural para todo lo que es extraño. Suceda lo que sucediere, siempre queda un consuelo: el consuelo infalible de que todo está predestinado.

GAM. Sustantivo. Encuentro social de dos (o más) naves balleneras, por lo común en zonas de caza, cuando, después de intercambiar saludos, los tripulantes se visitan empleando sus botes y en el interin los dos capitanes permanecen a bordo de una de las naves, y los dos primeros oficiales en la otra. Hay otro detalle relativo al gam que no debo olvidar aquí. Todos los oficios tienen sus rasgos peculiares, y la caza de ballenas no es la excepción. En una nave pirata, de guerra o de esclavos, cuando el capitán es transportado a alguna parte en su bote, siempre se sienta en la popa, en un asiento cómodo, con frecuencia provisto de un almohadón, y a menudo él mismo gobierna una coqueta barra de timón adornada de alegres cintas y cordones. Pero el bote ballenero no tiene asiento en la popa, ni sofá, ni barra de timón. ¡Sería cosa de ver a un capitán ballenero transportado por el agua entre cojines, como los viejos magistrados gotosos en sus sillones de cuero! Y en cuanto a la barra del timón, ningún bote ballenero admite semejante afeminamiento. Por eso, como durante el gam la tripulación entera del bote debe dejar la nave y el conductor del bote o arponero forma parte del grupo, este oficial subalterno asume la función de dirigirlo y el capitán, sin tener dónde sentarse, acude a su visita de pie, como un pino. Y a menudo puede observarse que, consciente de que los ojos del todo el mundo visible están fijos en él desde ambos flancos de las naves, este capitán que avanza de pie no ignora la importancia de mantener su dignidad, conservando firmes las piernas. Cosa nada simple, porque tiene detrás el enorme remo de gobierno, que de tanto en tanto lo golpea en la espalda, mientras el remo de popa contribuye por su parte dándole en las rodillas. Así, está aprisionado por delante y por detrás, y sólo puede moverse de lado, afirmándose sobre ambas piernas separadas; pero un sacudón imprevisto y violento del bote puede derribarlo, porque la longitud de la base de nada vale sin una anchura correspondiente. Hagan ustedes un ángulo obtuso con dos palos y comprobarán que no logran mantenerlos en pie. Este capitán esparrancado, expuesto a las atentas miradas del mundo, en modo alguno procurará sostenerse con ayuda de las manos; en verdad, como prueba de su entero y ágil dominio de sí, casi siempre tiene metidas las manos en los bolsillos de los pantalones (aunque como sus manos suelen ser muy anchas y pesadas, lo cierto es que las tiene allí como lastre). Con todo, ha habido casos bien atestiguados en que se ha visto al capitán, durante unos instantes insólitamente críticos, por ejemplo bajo una ráfaga súbita, aferrarse del pelo del remero más cercano y mantenerse asido de él con alma y vida.

… así como la calma profunda, simple apariencia, que precede y anuncia la tempestad es, quizá, más espantosa que la tempestad misma – porque, en verdad, la calma no es más que el envoltorio de la tempestad y la contiene dentro de sí como el fusil aparentemente inocuo contiene la pólvora fatal, la bala y la explosión-, del mismo modo el gracioso reposo de la línea, silenciosamente ondulante entre los remeros antes de lanzarse a la acción, contiene un terror más verdadero que cualquier otra vicisitud de esta peligrosa actividad. ¿Pero a qué decir más? Todos los hombres viven envueltos en líneas de arpones. Todos han nacido con dogales en torno al cuello; pero sólo cuando los atrapa el rápido, fulmíneo giro de la muerte advierten los silenciosos, sutiles, ubicuos peligros de la vida.

En un instante, los grandes corazones condensan a veces la suma de los breves pesares dispersos en la vida entera de un hombre y los acumulan en un único, inmenso dolor. De ese modo, tales corazones, aunque sucintos en cada sufrimiento, amontonan en la existencia, cuando los dioses así lo disponen, todo un siglo de dolor en el cual se concentra la intensidad de muchos instantes aislados…

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