Editorial Seix Barral
-¿Y tú no podrías arreglarme lo de la falta de existencia?
La chica observó detenidamente a Pobrema. Luego sonrió malignamente,
como si se le hubiera ocurrido algo divertido o perverso, y dijo:
-Tal vez sí. Desnúdate y túmbate en este folio.
Interrogada por Millás acerca del modo en el que se desnudó la palabra,
Julia respondió que con normalidad, quitándose la ropa. Así que eso es lo que
hizo Pobrema, quitarse la ropa y echarse sobre el folio en blanco. Dice que
parecía asustada, como cuando te bajas los pantalones o te desabrochas la blusa
delante del médico. Tras examinarla de arriba abajo, la joven advirtió que
amputándole la última sílaba (ma), se quedaría en Pobre.
-¿Y “pobre” quiere decir algo? – preguntó Pobrema.
-Sí _dijo Julia.
-Qué.
-“Pobre” quiere decir pobre.
Como Pobrema no abandonara su expresión interrogativa, Julia abrió una
vez más el diccionario y leyó:
-Que carece de recursos.
Pobrema, que no parecía muy convencida de las ventajas de existir al
precio de carecer de recursos y de ser mutilada, preguntó si le dolería que le
quitara esa extremidad.
-Si te opero con anestesia -dijo la joven por seguir la broma-, no
notarás nada.
Tras dudar un poco, Pobrema accedió a que Julia le amputara la sílaba
sobrante con la punta de un bolígrafo. Resultó sencillo e indoloro, porque la
tinta, inadvertidamente, poseía virtudes analgésicas. Cuando se le pasó el
efecto de la anestesia, Pobrema, ahora convertida en Pobre, se levantó, se
miró, se tocó el cuerpo con gestos de aprobación y se marchó contenta de
significar algo, de ser alguien, de pertenecer a un vocabulario.
Esa noche, cuando Julia estudiaba gramática en si habitación, entró por
la ventana la palabra Pobre. Se notaba que era la antigua Pobrema porque no le
había cicatrizado del todo la herida provocada por la amputación de la sílaba
ma. Ahora dijo que se sentía coja sin esa sílaba.
-Pues tendrás que elegir entre sentirte coja y significar algo o estar
completa y no significar nada – le dijo Julia algo molesta.
La palabra, tras unos instantes de duda, decidió que si significar algo
implicaba aceptar aquella minusvalía, prefería no significar nada. Julia se
ofreció a implantarle de nuevo la sílaba, que había guardado para analizarla,
dice, por si se tratara de un tumor maligno, y Pobre volvió a desnudarse y a
tumbarse en la camilla para dejarse operar, o desoperar, según se mirara, por
Julia, que le restituyó con un par de puntos de sutura la sílaba perdida. Transformada
de nuevo en Pobrema, se levantó, se observó a sí misma, se palpó el cuerpo con
expresión de alivio, como el que encuentra en uno de los bolsillos de la ropa
la cartera que creía perdida, y dijo que aquello era otra cosa. Luego abandonó
la habitación sin dar las gracias.
No le ha contado a nadie, excepto a su terapeuta, Micaela, lo que va a
ocurrir esa noche en el mismo piso del barrio de la Concepción en el que él, de
joven, estrenó la independencia sobre la que se fundaría su fragilidad.
Millás no ha tenido valor aún para entrar en la habitación de Emérita.
Ha visto salir de ella a Carlos Lobón y entrar en ella a Serafín y luego al
cura Camilo. Millás dice que ha ido de acá para allá tropezando con Julia en la
periferia de los hechos, como si la chica y él fueran las dos únicas personas
prescindibles, o las más improductivas. Finalmente, para sentirse útil, decide
retirar a Julia de la circulación llevándosela a su cuarto, donde, sentada ella
en el borde de la cama y él en la silla de las alucinaciones verbales, la chica
le habla:
-¿Te has dado cuenta de que la frase “Emérita se va a suicidar” es
minusválida?
Millás observa a Julia con el gesto de aprensión con el que nos
asomamos al vacío, intentando resistirnos a su atractivo.