09 febrero 2021

Todos deberíamos ser feministas (Chimamanda Ngozi Adichie)

Literatura Random House, 2016

 


En Lagos hay muchos clubes y bares de buen tono donde no puedo entrar sola. Si eres una mujer sola no te dejan entrar. Te tiene que acompañar un hombre. De forma que tengo amigos que llegan a los clubes y acaban teniendo que entrar cogidos del brazo de una completa desconocida porque esa desconocida, que es una mujer sola, no ha tenido más remedio que pedir "ayuda)) para entrar en el club.

Cada vez que entro en un restaurante nigeriano con un hombre, el camarero da la bienvenida al hombre y a mi finge que no me ve. Los camareros son producto de una sociedad que les ha enseñado que los hombres son más importantes que las mujeres, y sé que no lo hacen con mala intención, pero una cosa es saber algo con el intelecto y otra distinta es sentirlo a nivel emocional. Cada vez que me pasan por alto, me siento invisible. Me enfado. Me dan ganas de decirles que yo soy igual de humana que el hombre e igual de merecedora de saludo. Son nimiedades, pero a veces son las cosas pequeñas las que más nos duelen.

Hace poco escribí un artículo sobre la experiencia de ser una mujer joven en Lagos. Pues un conocido me dijo que era un artículo rabioso y que no debería haberlo escrito con tanta rabia. Pero yo me mantuve en mis trece. Claro que era rabioso. La situación actual en materia de género es muy injusta. Estoy rabiosa. Todos tendríamos que estar rabiosos. La rabia tiene una larga historia de propiciar cambios positivos. Y además de rabia, también tengo esperanza, porque creo firmemente en la capacidad de los seres humanos para reformularse a sí mismos para mejor.

 

 

Si eres hombre y entras en un restaurante y el camarero te saluda solo a ti, ¿acaso se te ocurre preguntarle: «¿Por qué no la has saludado a ella»? Los hombres tienen que denunciar estas situaciones aparentemente poco importantes.

Y como el género puede resultar un tema incómodo, hay formas fáciles de terminar la conversación.

Hay quien saca a colación la evolución biológica y los simios, el hecho de que las hembras de los simios se inclinan ante los machos, y cosas parecidas. Pero la cuestión es que no somos simios. Los simios también viven en los árboles y comen lombrices. Nosotros no.

Hay quien dice: «Bueno, los hombres pobres también lo pasan mal». Y es verdad.

Pero esta conversación no trata de eso. El género y la clase social son cosas distintas. Los hombres pobres siguen disfrutando de los privilegios de ser hombres, por mucho que no disfruten de los privilegios de ser ricos. A base de hablar con hombres negros, he aprendido mucho sobre los sistemas de opresión y sobre cómo pueden ser ciegos los unos con respecto a los otros. Una vez yo estaba hablando de cuestiones de género y un hombre me dijo: «¿Por qué tienes que hablar como mujer? ¿Por qué no hablas como ser humano?». Este tipo de pregunta es una forma de silenciar las experiencias concretas de una persona. Por supuesto que soy un ser humano, pero hay cosas concretas que me pasan a mí en el mundo por el hecho de ser mujer. Y aquel mismo hombre, por cierto, hablaba a menudo de su experiencia como hombre negro. (Y yo tendría que haberle contestado: «¿Por qué no hablas de tus experiencias como hombre o como ser humano? ¿Por qué como hombre negro?».)

Así que no, esta conversación trata del género. Hay gente que dice: «Oh, pero es que las mujeres tienen el poder verdadero, el poder de abajo». (Esta es una expresión nigeriana para referirse a las mujeres que usan su sexualidad para conseguir cosas de los hombres.) Pero el poder de abajo no es poder en realidad, porque la mujer que tiene el poder de abajo no es poderosa por sí misma; simplemente tiene una vía de acceso para obtener poder de otra persona. Pero ¿qué pasa si el hombre está de mal humor o enfermo o temporalmente impotente?

Hay quien dice que las mujeres están subordinadas a los hombres porque es nuestra cultura. Pero la cultura nunca para de cambiar. Yo tengo unas preciosas sobrinas gemelas de quince años. Si hubieran nacido hace cien años, se las habrían llevado y las habrían matado, porque hace cien años la cultura igbo creía que era un mal presagio que nacieran gemelos. Hoy en día esa práctica resulta inimaginable para todo el pueblo igbo.

¿Qué sentido tiene la cultura? En última instancia, la cultura tiene como meta asegurar la preservación y la continuidad de un pueblo. En mi familia, yo soy la hija que más interés tiene por la historia de quiénes somos, por las tierras ancestrales y por nuestra tradición. Mis hermanos no tienen tanto interés en esas cosas. Y, sin embargo, yo estoy excluida de esas cuestiones, porque la cultura igbo privilegia a los hombres y únicamente los miembros masculinos del clan pueden asistir a las reuniones donde se toman las decisiones importantes de la familia. Así pues, aunque a quien más interesan esas cosas es a mí, yo no tengo voz ni voto. Porque soy mujer.

La cultura no hace a la gente. La gente hace la cultura. Si es verdad que no forma parte de nuestra cultura el hecho de que las mujeres sean seres humanos de pleno derecho, entonces podemos y debemos cambiar nuestra cultura.

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