19 noviembre 2009

Confidenciales (Omar Khayyam)


Omar Khayyam

Nació en Nichapur, Persia, hacia el año 1040 de la era cristiana, y vivió cerca de ochenta años. Libertino, sibarita, ácido, místico y profeta, estudió Matemáticas y Astronomía, reformó el calendario musulmán, cultivó el Derecho y las Ciencias Naturales, pero todo le resultó insuficiente a la hora de resolver el misterio del Universo, las pasiones humanas y la existencia misma.
Se destacó en el plano de las letras por sus famosas «Rubaiyat», que constituyen una alabanza al brindis, una enorme plegaria fragmentada en estrofas que remiten a la celebración del vino y del goce del instante frente a la finitud de la vida.


1. Confidenciales

I. Corazón

Más que cien Kaabas hechas de agua y tierra
vale en la vida un noble corazón;
en los países del mañana aferra
cuantos puedas al propio corazón,
y en las tierras del hoy, de un puro amigo
adhiérete por siempre al corazón.

Deja ya de la Kaaba el falso abrigo,
y corre al mundo en pos de un corazón.

* * *

II. El lenguaje misterioso

Este rubí precioso fue extraído
del fondo de una mina ignota y rara,
y esta perla purísima y sin copia
en seno oculto de la mar fue hallada...

Mas digo mal: ni mina ni océano
de otras minas u océanos se apartan:
Sólo el secreto del amor se expresa
en lengua de los hombres ignorada.

* * *

III. Soy así

¿Que yo del vino soy devoto ciego?
Y bien, lo soy.
¿Que soy infiel, idólatra del fuego?
Y bien, lo soy.

Cada uno de mí en su idea fía;
mas yo, dueño de mí, tengo la mía:
Soy lo que soy.

* * *

IV. El vino del amor

Mi pobre corazón de angustia herido
y de locura, no podrá curarse
de esta embriaguez de amor, ni libertarse
de la prisión donde quedó sumido.

Pienso que el día de la creación
en que el vino de amor fue al hombre dado,
el que llenó mi copa fue esenciado
con sangre de mi propio corazón.

* * *

V. Renovación

La rueda de los cielos rauda gira
aun después de mi muerte y de la tuya;
y porque nuestra pena no concluya,
contra tu alma y mi alma ella conspira.

Ven sobre el verde césped, dulce Amor,
reposa en mí tu frente pensativa;
sólo nos resta una hora fugitiva
de descansar sobre esta hierba en flor .

Después... vendrá otra hierba aún más fresca
del suelo que de amor se fertiliza,
cuando de tu ceniza y mi ceniza
la nueva savia en su eclosión florezca.

* * *

VI. Incógnita

Sí, yo sé, mi persona toda es bella,
delicioso el perfume que ella exhala,
el rosa mío al de la rosa iguala,
mi línea al lado del ciprés, descuella.

Mas, con todo, esta incógnita me aterra:
¿Por qué mi alto Escultor me hizo de tierra?

* * *

VII. La hez del vino

Si de mi juventud es hoy la fiesta,
la ofrendaré del alba hasta el ocaso,
apurando a placer vaso tras vaso
el viejo vino que a soñar apresta.

Si la halláis en sus heces escondida,
no maldigáis, amigos, su amargura,
porque fué su exquisita levadura
esencia de mi sangre y de mi vida.

* * *

VIII. El ánfora simbólica

Esta exhumada ánfora de arcilla
fue en su tiempo lo que yo soy ahora:
Un amante no amado, mas que adora,
y de fe y de pasión es maravilla.

Y estas dos asas de su cuello erguido
que al libador ofrécense, anhelante,
fueron los brazos de un feliz amante...
Y así quedó, y el vaso fue cocido...

* * *

IX. La copa viva

Hoy ella vió del alfarero mago
de vasos la magnífica teoría,
de toda forma y toda edad, y había
en todos ellos un misterio vago.

Su emoción al sentir, dijo el artista:
-«Todos fuimos arcilla y éstos fueron
reyes, poetas y amantes que murieron
legando al sutil polvo su conquista».

«EI Espíritu, el vino de la tierra,
busca en cada vasija al propio dueño,
queriendo ansioso revivir su ensueño
al contacto del vaso que lo encierra».

«Mira, toma esta copa, ya palpita
al verte aproximar; no espere en vano
el beso de tu boca o de tu mano,
que un muerto amor por renacer se agita».

Y al acercar su labio, con su aliento
cobró vida el Espíritu dormido;
una palabra murmuró a su oído,
y eran su misma voz, su mismo acento.

¡Ay! y el viejo Khayyám, un vivo muerto,
canta el milagro de aquel muerto vivo,
y se marcha en silencio, pensativo,
a contar sus tristezas al Desierto.

* * *

X. La inquietud eterna

Amor que sólo vive en este mundo,
fulgor de pensamiento no refleja,
y como el fuego a medias extinguido
ya no enviará calor hasta las venas.

Mas el amor que vive idea y alma
y alcanza la recóndita belleza,
ese no ve en los años, ni en los meses
ni en los días y noches una tregua:

No ha de saber qué sean, ni el reposo,
ni la serenidad, ni la fe buena,
ni ha de nutrir la carne, ni habrá nunca
noche en que el sueño a las pupilas vuelva.

* * *

XI. Bautismo de sangre

Arrebatada por la loca rueda
de la fortuna caprichosa y vana,
que sólo a los mediocres favorece,
en angustia y dolor mi vida pasa.

Y en el jardín de las terrenas cosas
mi alma como un capullo está cerrada,
y como el tulipán de hojas de seda,
en bautismo de sangre se consagra.

* * *

XII. Sed inextinguible

Mi amor está en la cima de su llama,
mi amada en el zenit de su hermosura,
mi corazón desborda de ternura
y ebrio de inspiración mi mente inflama.

Siento en mi alma desbordar los ríos
de mis palabras y de mis canciones,
y al querer modular sus expresiones,
mudos siento temblar los labios míos.

Gran Dios ¿qué extraño caos en mí impera?
Mientras por mí en rïente primavera
fresca surgente de agua viva pasa,
mas me consume de la sed la brasa.

* * *

XIII. Renacimiento

Ya es la estación de las rosas:
El corazón renaciente,
anuncio heráldico siente
de libertades preciosas.

Tengo ideas primorosas,
de locuras sed ardiente,
desafiando irreverente
del Korán reglas famosas:

En la dulce compañía
de la dilecta alma mía
libar el néctar carmíneo;
y el resto, el suelo al ungir,
tapiz rojo hará surgir
para su pie apolíneo.

* * *

XIV. Iconoclasta

¿Crees tú que en el alma del artista
que un día ideó y cinceló la copa,
puede nacer el demoníaco sueño
de verla rota ?

¡Oh! tú no crees, como yo no creo,
que la divina mente creadora
quiera destruir lo que en deliquio sacro
la mano forja.

Si es así, y las cabezas apolíneas,
los brazos y las manos que la forma
femenina hasta el éxtasis exultan,
han de reunirse al polvo de la fosa.

¿Por cuál extraño amor fueron forjados,
y por cuál odio vil son mutilados?

* * *

XV. Agua y sal

Cuando la sed la lengua paraliza
y el sol arroja chispas de su fragua,
toda la tierra en coro diviniza
la gota de agua.

Yo aplico el labio a la impregnada greda,
bebo con ansia convulsiva y larga;
y es la última gota -la que queda-
la gota amarga.

El hambre fui a saciar de mis faenas,
a consumir el pan de mi salario,
mezclando con la sangre de mis venas
todo mi ideario;

Lo impregné de la sal de los sabores,
por propiciar los númenes felices,
y la sal reabrió en sangrientas flores
del corazón las viejas cicatrices.


Referencia: http://amediavoz.com/khayyam.htm#1.-%20CONFIDENCIALES

10 noviembre 2009

Javier Marías (Corazón tan blanco, 1992)

Alfaguara, 2007


Que buen libro!! Sí, lo sé, no tuve capacidad de síntesis… es que el libro es muy bueno!


No sabía de qué parte ponerme, porque cuando uno asiste a una discusión (aunque no la vea y sólo la oiga: cuando uno asiste a algo y empieza a saberlo) no puede permanecer casi nunca del todo imparcial, sin sentir simpatía o antipatía, animadversión o piedad por uno de los contendientes o por un tercero del que se habla, la maldición del que ve u oye. Me di cuenta de que no lo sabía por la imposibilidad de saber la verdad, la cual, sin embargo, no siempre me ha parecido determinante a la hora de tomar partido por las cosas o por las personas. Quizá el hombre había enredado a Miriam con falsas promesas cada vez más insostenibles, pero también cabía la posibilidad de que no, y de que ella, en cambio, no quisiera a Guillermo más que para salir del aislamiento y de la escasez, de Cuba, para mejorar, para casarse o más bien estar casada con él, para no seguir ocupando su propio lugar y ocupar el de otra persona, el mundo entero se mueve a menudo sólo para dejar de ocupar su lugar y usurpar el de otro, sólo por eso, para olvidarse de sí mismo y enterrar al que ha sido, todos nos cansamos indeciblemente de ser el que somos y el que hemos sido.


Entre unas cosas y otras, muchas veces me pregunto asustado si alguien sabe algo de lo que nadie dice en esos foros, sobre todo en las sesiones estrictamente retóricas. Pues aun admitiendo que entre sí se comprendan los asamblearios en su germanía salvaje, es del todo cierto que los intérpretes pueden variar a su antojo el contenido de las alocuciones sin que haya posibilidad de control verdadero ni tiempo material para un mentís o una enmienda. La única manera de controlarnos completamente sería poner a un segundo traductor dotado de auriculares y de micrófono que a su vez nos tradujera a nosotros simultáneamente a la primera lengua, de modo que pudiera comprobarse que efectivamente estamos diciendo lo que se está diciendo en la sala en esos momentos. Pero en tal caso haría falta un tercer traductor igualmente provisto de sus aparatos que a su vez controlara al segundo y lo retradujera, y quizá un cuarto para vigilar al tercero, y así, me temo, hasta el infinito, traductores controlando a intérpretes e intérpretes a traductores, ponentes a congresistas y taquígrafos a oradores, traductores a gobernantes y ujieres a intérpretes. Todo el mundo se vigilaría y nadie escucharía ni transcribiría nada, lo cual, a la larga, llevaría a suspender las sesiones y los congresos y las asambleas y a clausurar para siempre los organismos internacionales.


La adalid pareció animarse:

—Oh, ya lo creo —dijo—. La gente quiere en buena medida porque se la obliga a querer. Esto sucede también en las relaciones personales, ¿no es cierto? ¿Cuántas parejas no son parejas porque uno de los dos, sólo uno, se empeñó en que lo fueran y obligó al otro a que lo quisiera?

— ¿Obligó o convenció? —preguntó nuestro alto cargo, y vi que estaba satisfecho de su matización, por lo que me limité a traducirla tal como la había expresado. Agitaba las incontables llaves haciéndolas sonar con demasiado estrépito, un hombre nervioso, no me dejaba oír bien, un intérprete necesita silencio para cumplir su cometido.

La adalid se miró las uñas cuidadas y largas, ahora con coquetería inconsciente más que con desazón o desconfianza, como había hecho antes fingiendo extrañeza. Se tiró de la falda en vano, pues tenía aún cruzadas las piernas.

—Es lo mismo, ¿no cree usted? Sólo hay una diferencia de orden cronológico, qué es primero, qué viene antes, porque lo uno se convierte en lo otro y lo otro en lo uno, indefectiblemente. Todo esto tiene que ver con los faits accomplis como dicen los franceses. Si a un país se le ordena querer a sus gobernantes, acabará convencido de que los quiere, al menos más fácilmente que si no se le ordena.

Nosotros no podemos mandárselo, ese es el problema.


La lengua en la oreja es también el beso que más convence a quien se muestra reacio a ser besado, a veces no son los ojos ni los dedos ni labios los que vencen la resistencia, sino sólo la lengua que indaga y desarma, la que susurra y besa, la que casi obliga. Escuchar es lo más peligroso, es saber, es estar enterado y estar al tanto, los oídos carecen de párpados que puedan cerrarse instintivamente a lo pronunciado, no pueden guardarse de lo que se presiente que va a escucharse, siempre es demasiado tarde.


Se asimila a él y así intenta que él se asimile a ella, a su corazón tan blanco: no es tanto que ella comparta su culpa en ese momento cuanto que procura que él comparta su irremediable inocencia, o su cobardía. Una instigación no es nada más que palabras, traducibles palabras sin dueño que se repiten de voz en voz y de lengua en lengua y de siglo en siglo, las mismas siempre, instigando a los mismos actos desde que en el mundo no había nadie ni había lenguas ni tampoco oídos para escucharlas. Los mismos actos que nadie sabe nunca si quiere ver cometidos, los actos todos involuntarios, los actos que no dependen ya de ellas en cuanto se llevan a efecto, sino que las borran y quedan aislados del después y el antes, son ellos los únicos e irreversibles, mientras que hay reiteración y retractación, repetición y rectificación para las palabras, pueden ser desmentidas y nos desdecimos, puede haber deformación y olvido. Sólo se es culpable de oírlas, lo que no es evitable, y aunque la ley no exculpa a quien habló, a quien habla, éste sabe que en realidad no ha hecho nada, incluso si ha obligado con su lengua al oído, con su pecho a la espalda, con la respiración agitada, con su mano en el hombro y el incomprensible susurro que nos persuade.


Sé que me interesa, en cambio, verla dormir, ver su rostro cuando esté sin conciencia o esté en letargo, conocer su expresión dulce o dura, atormentada o plácida, aniñada o envejecida mientras no piensa en nada o no sabe que piensa, mientras no actúa, mientras no se comporta de manera estudiada, como hacemos todos en uno u otro grado ante cualquier testigo, aunque el testigo no nos importe y sea nuestro propio padre o nuestra mujer o marido. La he visto dormir ya algunas noches, pero no las bastantes para reconocerla en su sueño, en el que por fin a veces dejamos de parecemos a nosotros mismos. Por eso me caso mañana seguramente, el día a día es la causa, también porque es lógico y porque nunca lo he hecho, las cosas más decisivas se hacen por lógica y para probarlas, o lo que es lo mismo, porque resultan irremediables.


… si son ciertas, deben de serlo, pues nunca ha tenido capacidad inventiva, en sus historias se ha ceñido siempre a lo que había o le había ocurrido, quizá por eso tiene que vivir las cosas y experimentar sus duplicidades, porque sólo así puede contarlas, sólo así concibe lo inconcebible, hay quien no conoce más fantasías que las cumplidas, quien no es capaz de imaginarse nada y es poco previsor por eso, imaginar evita muchas desgracias, quien anticipa su propia muerte rara vez se mata, quien anticipa la de los otros rara vez asesina, es preferible asesinar y matarse con el pensamiento, no deja secuelas ni tampoco huella, incluso con el gesto lejano del brazo que agarra, todo es cuestión de distancia y tiempo, si se está un poco lejos el cuchillo golpea el aire en vez de golpear el pecho, no se hunde en la carne morena o blanca sino que recorre el espacio y no sucede nada, su recorrido no se computa ni se registra y se ignora, no se castigan las intenciones, las tentativas fallidas tantas veces son silenciadas y hasta negadas por quienes las padecen porque todo sigue siendo lo mismo después de ellas, el aire es el mismo y no se abre la piel ni la carne cambia y nada se rasga, es inofensiva la almohada aplastada bajo la que no hay ningún rostro, y luego todo es igual que antes porque la acumulación y el golpe sin destinatario y la asfixia sin boca no son bastante para variar las cosas ni las relaciones, no lo es la repetición, ni la insistencia, ni la ejecución frustrada ni la amenaza, eso sólo agrava pero no cambia nada, la realidad no se añade, …


Es más bien que estar junto a alguien consiste en buena medida en pensar en voz alta, esto es, en pensarlo todo dos veces en lugar de una, una con el pensamiento y otra con el relato, el matrimonio es una institución narrativa. O acaso es que hay tanto tiempo pasado en compañía mutua (por poco que sea en los matrimonios modernos, siempre tanto tiempo) que los dos cónyuges (pero sobre todo el varón, que se siente culpable cuando permanece en silencio) han de echar mano de cuanto piensan y se les ocurre y les acontece para distraer al otro, y así acaba por no quedar apenas resquicio de los hechos y los pensamientos de un individuo que no sea transmitido, o bien traducido matrimonialmente. También son transmitidos los hechos y los pensamientos de los demás, que nos los han confiado privadamente, y de ahí la frase tan corriente que dice: 'En la cama se cuenta todo', no hay secretos entre quienes la comparten, la cama es un confesionario. Por amor o por lo que es su esencia —contar, informar, anunciar, comentar, opinar, distraer, escuchar y reír, y proyectar en vano— se traiciona a los demás, a los amigos, a los padres, a los hermanos, a los consanguíneos y a los no consanguíneos, a los antiguos amores y a las convicciones, a las antiguas amantes, al propio pasado y a la propia infancia, a la propia lengua que deja de hablarse y sin duda a la propia patria, a lo que en toda persona hay de secreto, o quizá es de pasado.

Para halagar a quien se ama se denigra el resto de lo existente, se niega y execra todo para contentar y reasegurar a uno solo que puede marcharse, la fuerza del territorio que delimita la almohada es tanta que excluye de su seno cuanto no está en ella, y es un territorio que por su propia naturaleza no permite que nada esté en ella excepto los cónyuges, o los amantes, que en cierto sentido se quedan solos y por eso se hablan y nada callan, involuntariamente. La almohada es redondeada y blanda y a menudo blanca, y al cabo del tiempo lo redondeado y blanco acaba sustituyendo al mundo, y a su débil rueda.


— ¿Y si es algo que no es contable?

— ¿Qué quieres decir? Todo es contable. Basta con empezar, una palabra tras otra.

—Algo que ya no debe contarse. Algo cuyo tiempo ha pasado, cada tiempo tiene sus propios relatos, y si se deja pasar la ocasión, entonces es mejor callar para siempre, a veces: Las cosas prescriben y se hacen inoportunas.

—Yo no creo que a nada se le pase el tiempo, todo está ahí, esperando a que se lo haga volver. Además, a todo el mundo le gusta contar su historia, incluso a los que no tienen ninguna. Si los relatos son distintos, el significado es el mismo.


—Mira —le dije—, las personas que guardan secretos durante mucho tiempo no siempre lo hacen por vergüenza o para protegerse a sí mismas, a veces es para proteger a otros o para conservar amistades, o amores, o matrimonios, para hacer la vida más tolerable a sus hijos o para restarles un miedo, ya se suelen tener bastantes. Puede que simplemente no quieran incorporar al mundo la relación de un hecho que ojala no hubiera ocurrido. No contarlo es borrarlo un poco, negarlo, no contar su historia puede ser un pequeño favor que hacen al mundo. Hay que respetar eso.


… uno se siente responsable de cuanto puede avergonzarle y todo puede avergonzar ante quien se ama (al principio de amarlo), es también por eso por lo que se traiciona a cualquiera, pero sobre todo se traiciona al propio pasado, del que se abomina y renuncia.


Yo le jaleaba los hallazgos y las ilusiones, era lo menos que podía hacer. Esto es, lo menos que podía hacer era escucharla, prestar atención a su mundo, alentarla, dar importancia a las cosas a las que se la daba ella y mostrarme optimista, esa es la función primera de la amistad, a mi parecer.

—A lo mejor es un cantante —decía ella.

—A lo mejor es un escritor —contestaba yo.

Berta contestó al apartado de correos que 'Nick' le indicaba, 'P.O. Box', así se llama un apartado en inglés, todo el mundo los utiliza, hay millones de ellos repartidos por todo el país. Pero si durante mis estancias Berta no dejaba de enseñarme ninguna carta ni vídeo de corresponsal ninguno, no hacía lo mismo con sus respuestas escritas, que enviaba sin guardar copia y sin dejarme ver, y yo lo entendía, pues uno puede tolerar el juicio sesgado de los propios actos nunca visibles íntegramente y que cesan, pero no de las propias palabras íntegramente legibles y que permanecen (aunque el juicio frontal sea involuntario y benévolo por parte de quien lo forma, y no lo exprese).


¿Tú crees que volverá a contestar?

—Seguro que sí. Cómo no va a escribir después de verte en el video —le contesté yo.

Se quedó callada, siguió conmigo una prueba de Family Feud. Luego dijo: Cada vez que espero una respuesta me horroriza la idea de que no la haya y también de que llegue. Todo resulta luego un desastre, pero mientras está todo por suceder tengo la impresión de la absoluta limpieza y la infinita posibilidad.

Me siento como con quince años, no me cabe el escepticismo, es raro. No puedo evitar hacerme ilusiones. La mayoría de los tipos con los que luego me encuentro son impresentables, tipos repugnantes, a veces acabo saliendo y yendo a cenar con ellos y más allá sólo porque vienen precedidos por la espera y las cartas, de no ser así ni cruzaría la calle en su compañía. Supongo que ellos sentirán lo mismo respecto a mí. —Hizo una pausa, o quizá atendió a otra pregunta de Family Feud. Luego continuó—; Por eso el estado perfecto es el de la espera y el de la ignorancia, lo malo es que si supiera que ese estado iba a durar indefinidamente entonces ya no me gustaría tampoco. Fíjate, de pronto hay un tipo que por la razón que sea me hace particular gracia, sin saber nada de él, como este Nick o Jack, por qué se le habrá ocurrido cambiar de nombre, no es lo habitual. Mientras no lo conozco, sobre todo antes de ver su vídeo si lo manda, o su fotografía, me siento casi feliz.

Desde hace tiempo son los únicos días en que de verdad me siento contenta y de buen humor. Luego me envían esos vídeos ridículos que quieren ser osados, lo del video es una plaga, y aun así muchas veces quedo con ellos, pensando que todo lo anterior al encuentro en persona en realidad no cuenta. Es demasiado artificial, pienso, la gente se comporta de otra manera cuando está cara a cara. Es como si les diera otra oportunidad anulando de pronto lo que les dio la primera, o me la diera a mí. Es curioso, pero los vídeos, pese a lo falso de la situación en que normalmente están hechos, no engañan jamás. Date cuenta de que un vídeo se mira impunemente, como la televisión. Nunca miramos a nadie en persona con tanto detenimiento ni con tanto descaro, porque en cualquier otra circunstancia sabemos que el otro también nos está mirando, o que puede descubrirnos si lo estamos mirando a escondidas. Es un invento infernal, ha acabado con la fugacidad de lo que sucede, con la posibilidad de engañarse y contarse después las cosas de manera distinta de cómo ocurrieron. Ha acabado con el recuerdo, que era imperfecto y manipulable, selectivo y variable. Ahora uno no puede recordar a su gusto lo que está registrado, cómo va uno a recordar lo que sabe que puede volver a ver, tal cual, incluso a mayor lentitud de como se produjo. Cómo va uno a alterarlo. —Berta hablaba cansinamente, tenía la pierna mala escondida bajo su cuerpo, sobre el sillón, y en la mano sostenía el libro, como si no hubiera decidido aún interrumpir la lectura ni interrumpir mi concurso: hablaba, por tanto, como en un paréntesis, es decir, sin querer decir tanto—. Menos mal que sólo se filman algunos momentos del conjunto de una vida, pero esos momentos, fíjate, no engañan nunca, más por el tipo de mirada de quien los contempla que porque haya en lo filmado mucha autenticidad. Cuando veo los vídeos de esos hombres se me cae el alma a los pies, aunque también me ría y luego salga con alguno de ellos. Se me cae el alma a los pies, y más aún cuando los veo llegar con sus estudiados y horrendos trajes y sus preservativos en el bolsillo, nunca hay ninguno al que se le haya olvidado cogerlos, todos han pensado: 'Well, just in case'. Si hubiera uno que no pensara eso la primera noche sería peor, a lo mejor me enamoraba de él. Ahora estoy ilusionada con este Nick, o Jack, un español caprichoso que se hace pasar por americano, ha de ser un tipo gracioso, con su arena visible, a quién se le ocurre ir con eso por delante. Estos días vivo más conforme e incluso contenta porque espero su respuesta y que me mande su vídeo, bueno, también porque estás tú aquí. ¿Y qué pasará? Su vídeo será asqueroso, pero lo veré varias veces hasta acostumbrarme a él, hasta que no me parezca demasiado mal y sus defectos acaben por atraerme, esa es la única ventaja de la repetición. Lo distorsiona todo y lo hace familiar, lo que repele en la vida atrae finalmente si se ve las bastantes veces en una pantalla de televisión.

Pero ya sabré, en el fondo, que lo único que quiere esa cara es follarme una noche y basta, como ya se encargó de advertir, y que luego desaparecerá, tanto sí me gusta como si no, tanto si yo quiero que desaparezca como sino. Quiero verle y no quiero verle, quiero conocerle y que siga siendo un desconocido, quiero que me conteste y que su contestación no llegue. Pero si no llega me desesperaré, me deprimiré, pensaré que al verme no le he gustado, y eso siempre ofende.

Nunca sé qué querer.


Tres veces fui a la oficina de correos de Kenmore Station, la primera a la tarde siguiente después del trabajo, la segunda pasados dos días, el jueves de aquella semana, también tras la agotadora jornada de interpretaciones. No permanecí media hora, como había propuesto Berta, sino casi una hora en ambas ocasiones, víctima de la aprensión que asalta siempre a quienes esperan en vano, el temor a que justo al irnos llegue la persona que se retrasaba tanto…


‘Todo el mundo obliga a todo el mundo, no tanto a hacer lo que no quiere, sino más bien lo que no sabe si quiere, porque casi nadie sabe lo que no quiere, y menos aún lo que quiere, no hay forma de saber esto último'. Y aún había continuado, mientras nuestro muy alto cargo guardaba silencio, quizá ya cansado de aquel discurso o como si estuviera aprendiendo algo: 'A veces los obliga algo externo o quien ya ha dejado de estar en sus vidas, los obliga el pasado, su desconcierto, su propia historia, su desdichada biografía. O incluso cosas que ignoran y no están a su alcance, la parte de nuestra herencia que llevamos todos y desconocemos, quién sabe cuándo se inició ese proceso...'


El profesor no hacía remilgos, como Custardoy había hecho. Iba al grano, para él no cabía duda de que todo merecía saberse, o de que el conocimiento nunca hace daño, o si lo hace hay que aguantarse. Pensé entonces —fue una ráfaga—que me iba a tocar saber, como si las historias que durante largos años están en reposo tuvieran una hora de su desperezamiento y nada pudiera hacerse contra su llegada, quizá sólo demorarla un poco, un poco más, a ningún efecto. 'Yo no creo que a nada se le pase el tiempo', me había dicho Luisa en la cama justo antes de que mi brazo rozara su pecho, 'todo está ahí, esperando a que se lo haga volver.'

Lo había expresado bien, según creo. Quizá llega un momento en que las cosas quieren ser contadas, ellas mismas, quizá para descansar, o para hacerse por fin ficticias.


‘Por qué se lo contó, entonces?’, dijo Luisa. ‘No imaginó lo que podía pasar.’

'Casi nadie imagina nada, al menos cuando se es joven y se es joven durante mucho más tiempo del que uno cree. La vida entera parece de mentira, cuando se es joven. Lo que les pasa a los otros, las desdichas, las calamidades, los crímenes, todo ello nos resulta ajeno, como si no existiera. Incluso lo que nos pasa a nosotros nos parece ajeno una vez que ya ha pasado. Hay quien es así toda la vida, eternamente joven, una desgracia. Uno cuenta, habla, dice, las palabras son gratis y salen a borbotones a veces, sin restricciones. Siguen saliendo en toda ocasión, cuando estamos borrachos, cuando estamos furiosos, cuando estamos abatidos, cuando estamos hartos, cuando estamos entusiasmados, cuando nos sentimos enamorados, cuando es inconveniente que las digamos o no podemos medirlas. Cuando hacemos daño. Es imposible no equivocarse. Lo raro es que las palabras no tengan más consecuencias nefastas de las que normalmente tienen. O tal vez no lo sabemos suficientemente, creemos que no tienen tantas y todo es un desastre perpetuo debido a lo que decimos. El mundo entero habla sin cesar, a cada momento hay millones de conversaciones, de narraciones, de declaraciones, de comentarios, de cotilleos, de confesiones, son dichos y oídos y nadie puede controlarlos. Nadie puede prever el efecto explosivo que causan, ni siquiera seguirlo. Porque pese a ser las palabras tantas y tan baratas, tan insignificantes, pocos son los capaces de no hacerles caso. Se les da importancia. O no, pero se las ha oído. Tú no sabes cuantas veces a lo largo de tantos años he pensado en aquellas palabras que le dije a Teresa en un incontrolado arrebato amoroso, supongo, estábamos en nuestro viaje de novios, ya casi al final. Pude callar y callar para siempre, pero uno cree que quiere más porque cuenta secretos, contar parece tantas veces un obsequio, el mayor obsequio que puede hacerse, la mayor lealtad, la mayor prueba de amor y entrega. Y se hacen méritos contando.


('Escuchar es lo más peligroso", pensé, es saber, es estar enterado y estar al tanto los oídos carecen de párpados que puedan cerrarse instintivamente a lo pronunciado, no pueden guardarse de lo que se presiente que va a escucharse, siempre es demasiado tarde. Ahora ya sabemos, y puede que eso manche nuestros corazones tan blancos, o quizá son pálidos y temerosos, o acobardados.’)

El balcón estaba abierto, oía a lo lejos las voces de los vecinos y de sus niños antes de la cena, al caer la tarde. Abrí el armario y me cambié de camisa, tiré la sucia en una silla, y aún tenia la limpia desabrochada cuando lo pensé. Lo había pensado más veces, pero entonces lo pensé para entonces, ¿comprendes?, para aquel momento. Es extraño cómo un pensamiento nos llega a veces con tanta nitidez y fuerza que ya no puede mediar nada entre él y su cumplimiento. Se piensa en una posibilidad y al instante deja de serlo, se hace lo que se piensa y se convierte en algo ejecutado, sin transición, sin mediación, sin trámite, sin darle más vueltas, sin saber del todo si quiere hacerse, los actos se cometen solos entonces ('Los mismos actos que nadie sabe nunca si quiere ver cometidos, pensé, 'los actos todos involuntarios, los actos que ya no dependen de las palabras en cuanto se llevan a efecto, sino que las borran y quedan aislados del después y el antes, son ellos los únicos e irreversibles, mientras que hay reiteración y retractación, repetición y rectificación para las palabras, pueden ser desmentidas y nos desdecimos, puede haber deformación y olvido').

Ingmar Bergman (Como en un espejo)

Norstedt & Söner Stockholm, 1964

Ayma S.A. Editora, 1965

Prólogo de Julio Acerete



Toda nuestra existencia está construida alrededor de este hecho: hay cosas que nos están permitidas y otras que nos son prohibidas. Y las complicaciones que de ello se derivan llenan toda nuestra vida. Sí, durante toda nuestra vida estamos en constante contacto con esas complicaciones, y esta es la realidad que tenemos que reflejar y en la que tenemos que ser reflejados.



Angela Carter (Varias percepciones)

Several Perceptions, 1968

Minotauro, 1995


-¿Cómo te sientes ahora?

Era difícil responder esa pregunta mientras iba cayendo después de la explosión, había construido un entramado al azar, una estructura fortuita que no podía descifrar. Sunny Bannister le había contado una vez que había tenido un gato risueño que decía ¡ah!, ¡ah!, ¡ah! Un automóvil lo había atropellado y los sesos le habían quedado desparramados pero, con la rapidez de un relámpago, Sunny los había recogido en el sombrero y los había metido de nuevo dentro del cráneo y el gato había quedado como nuevo en seguida; pero, en lugar de reír, se había puesto a ladrar. ¡Bou!, ¡uau!, ¡uau! Joseph comprendía la dolorosa desorientación del pobre gato como jamás había comprendido nada antes.

-Como fragmentos en un caleidoscopio o como los colores de un prisma, tal vez.

Pero había una diferencia: la catástrofe lo había reducido a una sumisión absoluta que lo llevaba a burlarse de sí mismo. Ahora había abandonado incluso la noción de sentido; nada era sagrado y, como su arbitraria resurrección no tenía causa alguna, nada que pudiese hacer tenía sentido, todos sus gestos eran tan falsos como los de un mal actor. Pero había cierta serenidad en ese vacío, una especie de insípido alimento en los espacios vacuos y en el aire seco de ese desierto arábigo del corazón en el que todos los relojes se habían detenido.

Varios (Espacio tiempo)

Ciencia ficción y fantasía, Nº1

Editorial Símbolo

Relatos en este número:

De regreso – A. Montagne

La autorización – A. Davidson

Los astros iluminan la noche – T. Figari

La campana – H. Correa

La sombra huidiza – E. Bigland

De puerta en puerta – G. de Angelis



El ejecutor de una empresa atroz debe imaginar que ya la ha cumplido, debe imponerse un porvenir que sea irrevocable como el pasado (Jorge L. Borges).


Las criaturas vivientes parecen ser más bien comunes en el Universo. Es una tragedia cósmica que las distancias entre una estrella y la otra sean tan grandes, en promedios ordinarios, que no parece existir perspectiva de comunicación entre un grupo de criaturas con otras (Fred Hoyle).


Un año antes de la bomba de Hiroshima, agentes del FBI detuvieron a un escritor para interrogarlo sobre una historia que acababa de publicar. En ella aparecía información en apariencia reservada sobre el ultrasecreto atómico, que era precisamente lo que se estaba preparando para derrotar al enemigo. Naturalmente que nada sabía el autor sobre la explosión futura, y su narración, fruto de su calidad intuitiva anticipaba el horror nuclear a nuestro mundo.

Ese es el poder portentoso de la llamada ciencia-ficción: ANTICIPAR. F. Brown la define como “la forma de las cosas futuras, la expresión del anhelo de la humanidad que quiere salir de este rincón de la galaxia y encontrar su patrimonio entre los astros, libre de supersticiones y reconociendo su propia divinidad dispuesta a tomar posesión del universo”. (A. Rojas Murphy)

27 octubre 2009

1940s

The Hulton Getty Picture Collection

1940s

Decades of the 20th Century

Ed. Könemann, 1998




A US Liberator bomber drops its load on Ploiesti in 1944. Ploiesti was in the heart of the Romanian oil fields, Hitler’s major source of supply.



500-pound bombs from a Flying Fortress hurtle toward the oil refinery at Livorno (Leghorn), Italy, towards the end of the war.


A huge campaign was mounted to save waste and recycle materials. It was partly a morale-boosting exercise, to persuade civilians that they could take an active part in the war. In this case, the message was directed at the citizens of Cheltenham.


London, October 1940. While firemen damp down the smouldering ruins behind him, a milkman picks his way through rubble to deliver the morning’s supply. Churchill’s words to Hitler voiced the feelings of many Londoners: ‘You do your worst – and we will do our best.’


Old Kent Road, London, September 1940. Business as usual for a postman collecting mail from a battered pillar box.


Dressed more for the camera than her surroundings, artist Ethel Gabain paints a scene of air raid damage for the Ministry of Information, November 1940. The Government believed that paintings often served better than photographs as propaganda.


‘Business as usual’ at its most absurd. Readers browse among the charred remains of the Earl of Ilchester’s library at Holland House in 1941. The house was so badly damaged that it was left derelict until 1952.


July 1945. Poles await distribution of bread and blankets by UNRRA (United Nations Relief and Rehabilitation Administration) workers at Weimar Station, Germany. The former occupants of a slave labour camp had opted not to return to Poland but to travel west to Bavaria to work on farms.


July 1947. A Dutch woman kisses her grandchild for the first time. The Barbed wire fence divided the mining town of Kerkrade in two – one half in Germany, the Other in the Netherlands. It took years before some families were reunited after the war.


May 1945. Frederick Ramage’s picture of French, Belgian, Dutch and Polish refugees crossing the Elbe over what is left of the bridge at Tangermünde. The bridge had been blown up by the retreating German army. The refugees are fleeing from the advancing Russians.


Dresden, March 1946. A human chain of women workers move bricks to be used in the rebuilding of their city. In the background are the remains of the Roman Catholic cathedral. Until the Allied raid, Dresden had been one of the Baroque centres of beauty in Europe.


November 1948. A Berlin park has become a wilderness. For the young, there is nowhere to play. For the elderly, there is nowhere to sit. The wood from the park benches has been torn off and taken away to be used for fuel.