25 mayo 2018

Juan José Millás (La mujer loca, 2014)


Editorial Seix Barral


-¿Y tú no podrías arreglarme lo de la falta de existencia?
La chica observó detenidamente a Pobrema. Luego sonrió malignamente, como si se le hubiera ocurrido algo divertido o perverso, y dijo:
-Tal vez sí. Desnúdate y túmbate en este folio.
Interrogada por Millás acerca del modo en el que se desnudó la palabra, Julia respondió que con normalidad, quitándose la ropa. Así que eso es lo que hizo Pobrema, quitarse la ropa y echarse sobre el folio en blanco. Dice que parecía asustada, como cuando te bajas los pantalones o te desabrochas la blusa delante del médico. Tras examinarla de arriba abajo, la joven advirtió que amputándole la última sílaba (ma), se quedaría en Pobre.
-¿Y “pobre” quiere decir algo? – preguntó Pobrema.
-Sí _dijo Julia.
-Qué.
-“Pobre” quiere decir pobre.
Como Pobrema no abandonara su expresión interrogativa, Julia abrió una vez más el diccionario y leyó:
-Que carece de recursos.
Pobrema, que no parecía muy convencida de las ventajas de existir al precio de carecer de recursos y de ser mutilada, preguntó si le dolería que le quitara esa extremidad.
-Si te opero con anestesia -dijo la joven por seguir la broma-, no notarás nada.
Tras dudar un poco, Pobrema accedió a que Julia le amputara la sílaba sobrante con la punta de un bolígrafo. Resultó sencillo e indoloro, porque la tinta, inadvertidamente, poseía virtudes analgésicas. Cuando se le pasó el efecto de la anestesia, Pobrema, ahora convertida en Pobre, se levantó, se miró, se tocó el cuerpo con gestos de aprobación y se marchó contenta de significar algo, de ser alguien, de pertenecer a un vocabulario. 

Esa noche, cuando Julia estudiaba gramática en si habitación, entró por la ventana la palabra Pobre. Se notaba que era la antigua Pobrema porque no le había cicatrizado del todo la herida provocada por la amputación de la sílaba ma. Ahora dijo que se sentía coja sin esa sílaba.
-Pues tendrás que elegir entre sentirte coja y significar algo o estar completa y no significar nada – le dijo Julia algo molesta.
La palabra, tras unos instantes de duda, decidió que si significar algo implicaba aceptar aquella minusvalía, prefería no significar nada. Julia se ofreció a implantarle de nuevo la sílaba, que había guardado para analizarla, dice, por si se tratara de un tumor maligno, y Pobre volvió a desnudarse y a tumbarse en la camilla para dejarse operar, o desoperar, según se mirara, por Julia, que le restituyó con un par de puntos de sutura la sílaba perdida. Transformada de nuevo en Pobrema, se levantó, se observó a sí misma, se palpó el cuerpo con expresión de alivio, como el que encuentra en uno de los bolsillos de la ropa la cartera que creía perdida, y dijo que aquello era otra cosa. Luego abandonó la habitación sin dar las gracias.

No le ha contado a nadie, excepto a su terapeuta, Micaela, lo que va a ocurrir esa noche en el mismo piso del barrio de la Concepción en el que él, de joven, estrenó la independencia sobre la que se fundaría su fragilidad. 

Millás no ha tenido valor aún para entrar en la habitación de Emérita. Ha visto salir de ella a Carlos Lobón y entrar en ella a Serafín y luego al cura Camilo. Millás dice que ha ido de acá para allá tropezando con Julia en la periferia de los hechos, como si la chica y él fueran las dos únicas personas prescindibles, o las más improductivas. Finalmente, para sentirse útil, decide retirar a Julia de la circulación llevándosela a su cuarto, donde, sentada ella en el borde de la cama y él en la silla de las alucinaciones verbales, la chica le habla:
-¿Te has dado cuenta de que la frase “Emérita se va a suicidar” es minusválida?
Millás observa a Julia con el gesto de aprensión con el que nos asomamos al vacío, intentando resistirnos a su atractivo.

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